26 abril 2013

PAMPLONA Y ORREAGA




 “¿Se puede vivir en el siglo XXI enalteciendo un momento que se desarrolló hace quinientos años? Desde luego que sí. Israel se vanagloria de su Massada, episodio bélico mucho más antiguo; la historiografía alemana tradicional no olvida la aniquilación de tres legiones romanas en los oscuros, húmedos y temibles bosques de Teutoburgo en el año 9 de nuestra era (excelente apoyatura, posteriormente, para la ideología protestante en su lucha contra la influencia latina, romana y católica) y el pasado imperio español en América, Flandes e Italia alimenta todavía los sueños íntimos –y también públicos- de una parte de españoles”

Josep Vicent Boira
(“Valencia. La ciudad”)


Orreaga como acto constituyente

Cualquier sociedad, como realidad histórica, determina los eventos que a lo largo de su historia considera como originarios o constituyentes. La arbitrariedad de esta elección es evidente ya que muchos de ellos, por su antigüedad, se hunden en esa profunda niebla en la que es difícil diferenciar los acontecimientos realmente ocurridos de las leyendas e, incluso, cuesta valorar su trascendencia efectiva en la etapa en que sucedieron.

Asistí hace poco tiempo, en la Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid, al acto de entrega del premio Rafael Manzano Martos, otorgado a la restauración y recuperación de edificios incluidos en el patrimonio histórico-artístico, al arquitecto Leopoldo Gil Cornet, profesor de Historia de la Arquitectura en la Universidad del Opus Dei en Pamplona. En este acto se entregó a los asistentes un libro titulado “Roncesvalles. Hospital y santuario en el Camino de Santiago”. En este trabajo se otorga a Roncesvalles una gran trascendencia como “inicio español” (sic) del Camino. Aunque aparecen referencias al lugar como escenario de varias batallas contra los francos, particularmente contra Carlomagno en 778, su valor simbólico como hito fundacional del reino de Pamplona a comienzos del siglo IX, queda oculto en dicho libro.

De modo análogo, en una historia de la Edad Media escrita por el historiador francés Jérôme Baschet, se afirma que “…en la base (de la Chanson de Roland)… narración épica emblemática de la cultura medieval, no se encuentra más que un hecho histórico sin relieve: el aniquilamiento, en 778, de la retaguardia conducida por el sobrino de Carlomagno, bajo los golpes de los vascos que entonces controlaban las montañas pirenaicas”.

En ambos casos, español y francés, las historias oficiales no niegan la existencia de los hechos bélicos ni sus protagonistas. Lo reconocen, pero minimizan su alcance y trascendencia histórica. Es deber nuestro, como navarros del siglo XXI, el valorar la importancia y consecuencias que tuvo para nuestro pueblo lo acontecido en las diferentes batallas de Orreaga ocurridas en un lapso de tiempo inferior a cincuenta años. Los hechos bélicos no tendrían sentido sin una valoración del papel jugado, antes y después de estos sucesos, por su capital: Pamplona – Pompaelo, Pompaelonis Pompeio ilunis o ciudad de Pompeyo en euskera-, la Iruñea –la ciudad- de los vascones.

Pamplona se encuentra ubicada en una vía de comunicación de gran trascendencia histórica en el enlace de la Europa central con la Península Ibérica. Fueron lo romanos quienes construyeron la calzada que unía Burdeos con Astorga. De este modo a la tradicional comunicación entre las comunidades pastoriles vascas de ambas vertientes del Pirineo se añadió una vía comercial de largo alcance y gran importancia. Más tarde, también, posibilitó la entrada en la Península Ibérica de las invasiones germanas. De hecho los godos pasaron por ella. Parece que, antes de su construcción por Roma, los celtas utilizaron este mismo camino.

Se considera fuera de duda que en siglo VIII los vascones tenían una indiscutible capital política, perfectamente pertrechada y defendida por un importante sistema de murallas. Pamplona-Iruñea expresaba la continuidad de su antigua importancia, en el mundo romano y tardo romano, como centro político y comercial del hinterland vasco.

En el retorno hacia sus tierras centroeuropeas, tras del fiasco de Zaragoza en 778, Carlomagno atacó al corazón de Vasconia, destruyó sus murallas y saqueó “su” ciudad. Desconocemos las razones precisas de la agresión pero, dada la importancia de Pamplona y los estragos producidos, no cabe duda de que el rey franco no actuó movido en exclusiva por la rabia y el despecho tras su fracaso en Zaragoza, sino, con más facilidad, por contenciosos previos con la sociedad vasca de la época.

La reacción vascona fue proporcional al agravio sufrido. Tanto en su inmediatez, escasos días, como en su intensidad bélica, la contraofensiva de la sociedad vasca fue fulminante y eficaz. Y la derrota de Carlomagno directamente proporcional a la misma. La victoria de 778 fue refrendada en las subsiguientes batallas de 812 y 824, frente a sus descendientes. Esta sociedad, establecida y victoriosa, consolidó en un plazo inferior a cincuenta años un nuevo poder político. La organización de los vascones se reforzó hasta el punto de que el mismo año de la última victoria frente a los francos en 824 surgió a la historia el reino de Pamplona con Iñigo Aritza a su cabeza. Sobre la organización política tardo romana de los vascones nació un nuevo Estado en la Europa alto medieval.

Todas las naciones que, en alguna etapa de su historia, han llegado a constituir esa organización política soberana –Estado-, que no reconoce a nadie por encima de ella, se basan siempre en un “momento constituyente”. El devenir de la historia de cualquier pueblo presenta muchas situaciones cruciales en las que se define su rumbo futuro, a veces inmediato, pero en muchas ocasiones en el largo plazo. Nuestro caso no es una excepción.

El esplendor, territorial, urbano y comercial de comienzos del siglo XI, con Sancho III el Mayor, fue una de ellas. Otra fue la crisis acaecida tras el desgraciado testamento de Alfonso I el Batallador, en la que frente a su voluntad de cesión del reino a las “órdenes militares”, la sociedad forzó su restauración en la figura de García Ramírez IV en 1134. También lo fue la recuperación de la soberanía plena tras la etapa en la que el reino estuvo unido a Francia por vía matrimonial durante el reinado de los últimos Teobaldos a finales del siglo XIII y comienzos del XIV. El reino se separó unilateralmente de Francia mediante la proclamación como reyes de Navarra de Juana y Felipe de Evreux  en 1328.

Todas ellas fueron situaciones de encrucijada, en las que la fortaleza de la sociedad navarra fue capaz de mantener el reino y regenerar su situación social y política. No obstante, opino que el acontecimiento principal, el primero en el tiempo y el de mayor alcance político, fue, sin duda, Orreaga. Desde la primera y más conocida batalla de 778 hasta la resolutiva de 824, cuando Iñigo Aritza fue nombrado caudillo –rey- de los pamploneses. El hito de Orreaga fue nuestro auténtico “acto constituyente”.
  
Hitos y mitos

Afirma Borges, citado por Rubert de Ventós, que “todo lo que es hito resulta también un mito”. El concepto de “mito” encierra una clara ambivalencia. Por una lado, ofrece un sentido peyorativo según el cual se afirma que cuando las naciones privadas de Estado y con voluntad de alcanzarlo, plantean su reivindicación, se basan en “mitos”. Estas naciones son, se dice interesadamente, “pueblos sin historia” y crean “mitos” para justificar su existencia histórica. Este es el sentido en el que se acusa, por ejemplo, a Arana Goiri de crear mitos como el del Árbol Malato o el personaje de Jaun Zuria; otro tanto se dice sobre la leyenda de Otger Cataló, como origen de la Cataluña histórica. La acusación de inconsistencia y falsedad de estas reivindicaciones se produce desde naciones constituidas en Estado que utilizan con desenvoltura todo tipo de mitos para justificar su existencia. Desde los Indíbil y Mandonio o la reconquista iberos o hispanos hasta los Vercingétorix o la Juana de Arco galos o francos, son usados por ambos nacionalismos como “hitos” constituyentes.

Los mitos, sobre todo los que se consideran fundacionales u originarios, tienen normalmente una base histórica. Esta base real, con el paso del tiempo desdibuja sus trazas históricas y construye progresivamente el “mito”. Es el “mito”, la visión mítica que le atribuye la propia sociedad, el símbolo que representa, y  le otorga su fuerza constituyente y, de este modo se conforma como factor de cohesión social.

El sentido, la interpretación, de los mitos es un caso particular del conocido caso que plantea Lewis Carroll en “A través del espejo”, cuando Humpty Dumpty dice a Alicia:

“Cuando yo uso una palabra –dijo Humpty-Dumpty con un tono burlón- significa precisamente lo que yo decido que signifique: ni más ni menos.
- El problema es –dijo Alicia- si usted puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
- El problema es – dijo Humpty-Dumpty – saber quién es el que manda. Eso es todo”.

Los estados, entre otras muchas facultades, tienen capacidad para consolidar como hitos muchos acontecimientos de dudosa existencia, pero que consideran con la suficiente eficacia como para dar cohesión y sentido a la sociedad sobre la que ejercen su poder, para nacionalizarla.

En este sentido el indiscutible “hito” que fue Orrega ha sido erigido como “mito” tanto en la historia de Francia y España como en su literatura. “La Chanson de Roland” es una obra excepcional y universalmente reconocida. El problema consiste en que quienes se han apropiado del mito los han reducido Vasconia a una situación dependiente y subordinada. La Vasconia que inició en Roncesvalles su andadura política en Europa como reino de Pamplona, como Estado soberano durante muchos siglos, se ha encontrado con que le han arrebata su “hito” fundacional, su acta de nacimiento a la historia, y lo han  reinterpretado.

Mientras tanto nosotros, la sociedad navarra contemporánea, hemos olvidado su sentido profundo, y no hemos sido capaces, como pueblo, como sociedad, de convertirlo en lo que debería ser: nuestro “mito” originario, nuestro “acto constituyente”, nuestra “autodeterminación” histórica. Se trata de: unos hechos bélicos victoriosos para nuestro pueblo y en los que una ciudad, Pamplona, se asentó como núcleo vertebrador del Estado de los vascos, reino de Pamplona, primero y de Navarra después, a nivel social, cultural, económico, comercial y, sobre todo, político.

Bibliografía

Baschet, Jérôme. “La civilisation féodale. De l’an mil à la colonisation de l’Amérique”. Paris, 2006. Flammarion.

Carroll, Lewis. “Alicia en el país de las maravillas & A través del espejo”. Madrid 1984. Akal editor.

Rubert de Ventós, Xavier. “Dimonis íntims”. Barcelona 2012. Edicions 62.

VVAA. “Roncesvalles. Hospital y santuario en el Camino de Santiago”. Pamplona 2012. Fundación para la Conservación del Patrimonio Histórico de Navarra.


Publicado en HARIA 32 
Abril de 2013   

04 abril 2013

EL CIERRE DE LA HISTORIA

Ante la lectura del editorial de Gara del pasado 1 de abril, en relación con Aberri Eguna, he experimentado una primera sensación de perplejidad y otra, posterior, de enfado. En mi opinión, Gara incurre en reducciones graves y entra en un camino que lleva a la desorientación social y que es peligroso, sobre todo, por la ascendencia que tiene el diario en muchos sectores de nuestro país.

El editorialista afirma: "Para dar ese salto (el tránsito del ser nación al ser estado), tienen que llevar añadida una oferta sólida de un futuro mejor para toda la ciudadanía”. Es decir, centra el futuro político de Euskal Herria en cuestiones socioeconómicas y en una “gestión más justa y eficaz de lo que lo hacen ahora Madrid y Paris”. Con este argumento Gara aparca el elemento fundamental que constituye el motor de cualquier sociedad que aspire a ser nación y reduce su complejidad a un problema de bienestar material, a un conflicto económico-social.

Es sabido que el Estado es la herramienta fundamental para garantizar el desarrollo equilibrado, la cohesión y los derechos de personas y grupos de cualquier nación. Lo es también para que ésta sea un sujeto político en el mundo. Cuando una nación se encuentra sometida a un Estado extraño que actúa más como enemigo que como garante de los derechos y desarrollo de su sociedad, debe aspirar a lograr su Estado propio. Este es nuestro caso.

El logro de la independencia, del Estado propio, en una situación de dominio como el que ejercen los estados español y francés sobre Euskal Herria, supone una lucha política de primer orden.: Ante ella, desarmarse de argumentos que nos avalan, que explican las condiciones de dominación que determinan el presente, que movilizan a buena parte de grupos y personas de nuestra nación, es una postura que no tiene justificación. La memoria histórica es un patrimonio colectivo que refuerza la conciencia nacional y constituye el soporte de nuestra identidad; apostar por la desmemoria significa desnacionalizarse. Sin una lectura propia de la historia, principalmente la de su Estado, Navarra, no se entiende la realidad nacional en su conjunto, ni se explica la partición a que ha sido sometida durante siglos. La amnesia no supone un hueco dentro de la sociedad que olvida sus referentes, la olvidada memoria propia será invadida casi al instante por la de los que desde hace siglos quieren imponer las naciones que nos ocupan.

Los elementos pragmáticos que cita Gara son muy importantes y pueden tener gran efecto sobre sectores no identificados directamente con los elementos simbólicos de la nación, y que pueden asumir acríticamente el relato impuesto por quienes nos han dominado. No obstante, esta parte de la población nunca será la que lleve la iniciativa en un proceso emancipador. No será su base dinámica. Constituye un sector que apoyará el proceso y se sentirá cómodo en un Estado propio, pero que no será su pionero. Los elementos materiales por sí solos no tienen capacidad de movilización más que en situaciones extremas.

Por último, cuando Gara afirma “si la independencia se consigue o no va a depender de la adhesión masiva y libre de las personas”, comete el error de pensar que se puede producir una adhesión “libre” a un proyecto político de liberación sin conocimiento de la trayectoria que ha originado los problemas actuales. El papel de la memoria histórica es imprescindible para tener un relato propio que los explique y nos permita comprenderlos y así reivindicar la propia identidad del presente, como heredera de los conflictos anteriores. La memoria es un factor insustituible de reivindicación y, también, para la reparación de injusticias antiguas. Para tomar decisiones libres es necesario, entre otras cuestiones, conocer lo sucedido desde un punto de vista centrado en la propia sociedad.

Con editoriales de este tipo lo único que se consigue es favorecer la debilidad del pensamiento social y político propio y, por lo mismo, ponerlo en manos de la ideología dominante, del nacionalismo, sea español o francés. Es una línea roja que no se debería cruzar.

01 abril 2013

BLOG DE JAUME RENYER

"Síntesis de la historia de Navarra", de Luis Martinez Garate, Nabarralde, Iruñea, 2010.

Ayer mismo, víspera de Aberri Eguna, tomando el vermut en el Viavins de Altafulla mi amigo Luis Martínez Garate (Iruñea, 1949) hizo llegar a mis manos su último libro: una síntesis histórica de Navarra -el conjunto de territorios euskaldunes- entendida como la máxima y plena expresión política del pueblo vasco. A pesar de sus esporádicas venidas a la playa Cossetàna no habíamos coincidido en los últimos tiempos para poder charlar tranquilamente repasando la actualidad vasca y catalana. Luis es uno de los fundadores de Nabarralde en el año 1999, una entidad cultural que, según mi criterio, es fundamental en el despertar del nacionalismo en la comunidad foral, así denominada por el regionalismo españolista aún hegemónico en Navarra.

Las crónicas de romanos, francos y visigodos hablan de los vascones como un pueblo ancestral difícil de dominar, pero no es hasta el año 824 cuando Eneko Aritza se convierte en rey de Pamplona (la capital de los vascos, nominada así por los romanos y por los autóctonos Iruñea), construyendo un proto-estado sobre el grupo humano autóctono que habitaba el territorio desde el Neolítico. El Reino de Navarra, expandido a partir del núcleo originario de Pamplona, ​​alcanza su máximo apogeo a principios del siglo XI desde la Ribagorza a Urdiales, incluyendo la Rioja y proyectándose sobre la Aquitania transpirenenca. A partir de ese periodo comienza un proceso de erosión territorial conducido sobre todo por Castilla, que en 1200 se apropia del territorio de las actuales provincias vascas y en 1512 conquista la Navarra sudpirenaica, y también para Francia. En poco más de cien páginas, el autor que es ingeniero de profesión e historiador de vocación, consigue ofrecer una interpretación nacionalmente autocentrada de la evolución de la principal institución que ha tenido el pueblo euskaldun, el Reino de Navarra, hasta el actualidad. 

La obra de Martinez Garate es un escalón relevante de una corriente historiográfica -y política- que en relativamente pocos años ha logrado desacreditar la visión oficial española que presenta la incorporación sucesiva de los territorios euskaldunes a la corona de Castilla como paccionada, ocultando que fue una conquista en toda regla. También está invirtiendo la hegemonía del bizkaitarrismo promovido por Sabin Arana a comienzos del siglo XX: "Consideraron que Euskal Herria, como nombre, abarcaba al pueblo vasco como comunidad étnica, cultural y lingüistica, pero no política, decidiendo inventar un nombre propio de dudosa etimología e ideando Euzkadi, sin percatarse de que Euskal Herria tenia su propia denominación política desde siglos. Y esta era Navarra". Esa perspectiva me parece la característica fundamental del libro, por otra parte bien exitoso en la siempre ardua tarea de resumir una materia tan extensa y compleja como es la evolución colectiva de un pueblo.