20 febrero 2013

A UN AMIGO



A José Fermín Arraiza Rodríguez-Monte


Querido José Fermín:

Tal vez en esta ocasión debería utilizar el nombre de los tiempos de gloria, de nuestras primeras batallas por las causas que creíamos justas, y llamarte como entonces: Pepín.

Te escribo desde bastante lejos de nuestra Iruñea. Lo hago desde otra de las colonias que mantiene el decadente imperio español, desde la nación Canaria. Pero es una lejanía geográfica, no de afecto y amistad. En cualquier caso, tú ya estás en otra dimensión y supongo que te dará lo mismo.

Recuerdo la amistad entre nuestros respectivos padres, carlistas ambos. Ellos propiciaron nuestra temprana vocación política que iniciamos, lógicamente, dentro del Partido Carlista. El carlismo fue el único movimiento popular capaz de tener un proyecto de estructuración del Estado español que se pretendía respetuoso con su orden multinacional y que, a su modo, lo fue.

Nuestra etapa resultó particularmente intensa. Las generaciones que no habían vivido la sublevación y guerra de 1936 se abrían camino hacia un protagonismo caracterizado por la modernidad y apertura hacia las corrientes europeas y mundiales en general. Era la época de las luchas antiimperialistas, de los movimientos de liberación nacional, en lo que entonces se llamaba Tercer Mundo. Fue una época marcada en occidente, además, por el revulsivo que supuso mayo el 68. En este contexto recibimos nuestra formación social e iniciamos nuestra actividad política. El carlismo no permaneció al margen de todos estos cambios, influido sobre todo por la evolución del catolicismo romano tras el Concilio Vaticano II.

Aquel carlismo renovado se encontró pronto en un callejón sin salida. No sólo por las infinitas trabas impuestas por la legalidad tardo-franquista surgida en la transición que algunos han denominado intratotalitaria, sino también por su propia incapacidad para acompasar un movimiento popular en su origen pero contaminado tras su colaboración con la oligarquía, iglesia católica y ejército españoles sublevados en 1936. Esta sublevación logró un apoyo, humano sobre todo, muy importante por parte de los carlistas; aunque, todo hay que decirlo, con fuertes dosis de crítica. El carlismo mantuvo en general una posición antifranquista.

En cierto modo, el carlismo estalló. Algunos carlistas, pocos, permanecieron en posturas integristas o afectas al régimen, dentro de su sistema de partidos. Otros, avanzaron en la vía de la oposición a la reforma “pactada”. Creo que, aunque por caminos diferentes, José Fermín, ambos seguimos en este sentido. Los dos creíamos que lucha por la justicia se concretaba para nuestro pueblo en la consecución de la libertad, la independencia, de Euskal Herria. Tú, además, con tu compromiso por la justicia en el mundo del trabajo, como abogado laboralista.

Al cabo de los años fuimos muchos los que percibimos con claridad que el instrumento que había posibilitado la permanencia histórica del pueblo vasco, de su cultura política, concretada en los Fueros, de su lengua privativa, el euskera, y de todas las características que permitían que a nivel mundial se nos reconociera como nación, había sido su Estado, el reino de Navarra. Nos dimos cuenta de que Navarra era el eje político de los vascos, su realidad política.

Pronto vimos las virtualidades implícitas en este planteamiento de cara al futuro y que una Euskal Herria independiente en Europa tenía que referirse inevitablemente al Estado histórico de los vascos, a Navarra. Y así se produjo nuestro reencuentro, a través de la constitución de Nabarralde. Ambos, junto con otros amigos, fuimos socios fundadores de este proyecto. Lo hicimos con gran ilusión y con la idea de que su presencia y actividad aportaba una dosis de cordura y perspectiva democrática de futuro a la sociedad vasca.

A toda esta andadura social y política común es imprescindible añadir la indudable cercanía afectiva que se manifestaba en cada uno de nuestros encuentros. No puedo hablar de una amistad íntima, pero sí de esa sensación de proximidad y complicidad que no se da con frecuencia entre personas por muchos años que lleven de conocimiento y trato habitual. Sin asomo de duda yo te quería y respetaba como un buen amigo y compañero de batallas de muchos años.

Allá donde estén tu aliento y tu memoria, te mando un abrazo muy fuerte.

Luis María Martínez Garate

San Sebastián de La Gomera, febrero de 2013