10 diciembre 2012

INDEPENDENCIA SIN ATRIBUTOS


En unas declaraciones a la prensa Juan Manuel Sánchez Gordillo, alcalde de Marinaleda, afirmó hace unos días que, ante la agresividad de la ofensiva neoliberal del PP, había que abandonar la independencia de España. “Debemos solicitar –señaló- la incorporación voluntaria a algún Estado inequívocamente socialista que nos defienda. Como, por ejemplo, Corea del Norte”.

También me ha sorprendido Lidia Falcón al proponer que, dado el machismo galopante de la sociedad española, iba a promover una solicitud formal a la ONU para la supresión del estatus independiente de España y su absorción por un Estado, como el sueco o el noruego, que garantizara la superación de las desigualdades por razón de género.

Incluso, barriendo por la red, he descubierto demandas que reivindican la disolución de la soberanía de España por las actuaciones urbanísticas basadas en la corrupción, la destrucción del territorio, la especulación y la política antiecológica.

El partido socialista hispano, siempre preocupado por el reparto justo de la riqueza, estudia una ponencia que propone abandonar esa utopía fantasiosa del federalismo, y adherirse como un cantón más a la confederación helvética (léase Suiza), que, con miras al reparto, ¡esos sí que tienen riqueza!.

Junto a estas situaciones, verdaderamente novedosas y revolucionarias, resulta descorazonador que en nuestra comunidad haya todavía quien defienda la vía de la independencia política como fórmula de afrontar las desigualdades y las situaciones de opresión que los tiempos nos deparan. Como nos aclaran estos bregados luchadores de la libertad, la solución más segura en estos campos de la desigualdad y la conflictividad social está en el rechazo del marco estatal propio y la integración en alguno ajeno, siempre más acreditado y solvente.

En efecto, parece que nosotros pertenecemos a otra galaxia. Que vivimos impermeables a lo que se considera normal en cualquier otro lugar del mundo. Al pretender un Estado independiente, encontramos sectores que exigen la necesidad previa de que nos constituyamos como una “Euskal Herria euskaldun, socialista, feminista y ecologista” por lo menos.

Y si no se cumplen esos requisitos, ¿qué pasa? ¿Renunciamos a la independencia? ¿Seguiremos, como hasta ahora, dependiendo de España y Francia y de sus políticas arbitrarias y despóticas?

La independencia, el logro del Estado vasco, se debe concretar sencillamente así: independencia, Estado. Sin atributos. La pretensión de complementar estos conceptos implica acotar, problematizar y reducir su alcance. La nación, cualquier nación y por supuesto la nuestra, es amplia y muy variada. El Estado es la herramienta para tratar de reconducir los problemas sociales desde una perspectiva autocentrada, no dependiente de intereses extraños, extranjeros, tantas veces opuestos a los de nuestro pueblo. Es evidente que en el esfuerzo para alcanzar la aspiración a una sociedad euskaldun coincidiremos casi todos; para hacerla no sexista también encontraremos mayorías abrumadoras. En otros campos, seguro, habrá debates profundos, como en los asuntos relacionados con la ecología; y, no digamos, con el “socialismo”. Pero para todo eso necesitamos un Estado. Así, sin coletillas.

Hay otro sector que se proclama también defensor de la nación vasca y que no se pronuncia por los atributos, pero tampoco por el sujeto del enunciado, es decir por el propio Estado. Ese es otro problema, y no menor. Necesitamos con urgencia este instrumento y es precisa una hoja de ruta para acceder al mismo. Para mayor desdicha, todo esto sucede sin debate público. ¿Vamos por el camino acertado?

Eneko Urliaga

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