20 septiembre 2012

DESTRUCCIÓN DE LA MEMORIA



La demolición del sistema defensivo del reino de Navarra durante la etapa de la conquista, entre 1512 y 1530, fue, sin duda, un modo expeditivo para lograr su rendición. Pero más allá de esta consideración bélica, la aniquilación de castillos y murallas tiene una lectura más profunda. De este asunto se trató en Aoiz en la sesión del III Congreso de historiadores de Navarra dedicada a “La destrucción de los castillos”.

La red de fortalezas de Navarra tenía una función que iba mucho más allá del simple sistema defensivo. Cumplía misiones simbólicas y efectivas relacionadas con la política territorial del Estado, con la delimitación de su espacio y su administración a todos los niveles. Desde los grandes castillos como Tiebas, Marcilla y tantos otros, hasta los simples palacios de Cabo de Armería, pasando por sencillas torres que ejercían labores de vigilancia y comunicaciones entre cualquier punto del reino y su capital, formaban una red jerarquizada que organizaba el territorio y daba base material al Estado. Su desmantelamiento suponía destruir no sólo el sistema militar de organización del reino sino, principalmente, la legalidad vigente, su orden civil, el control sobre su territorio. Y sustituirlo por una legalidad ajena, impuesta, un sistema subordinado y aniquilador del propio.

Jokin del Valle afirmó que, según la convención de la UNESCO, “somos el paisaje”. Y añadió: “los castillos constituyen un elemento especial del paisaje, por su ubicación llamativa y constituir elementos militares y de poder”. Con el tiempo, los paisajes de las poblaciones que albergaron el sistema defensivo navarro fueron cambiando y sus habitantes se resignaron al cambio. Al principio todo les resultaría extraño. Por supuesto la nueva forma de gobernar, pero también el paisaje con un castillo derruido primero y, poco a poco, por la fuerza del tiempo y la erosión de la historia, desaparecido. La memoria que podía tener cada pueblo de pertenencia a un Estado independiente, con su sistema político soberano, se fue diluyendo.

El paisaje es “depósito de memoria”, según expresó Joseba Asirón en la misma sesión. Y el paisaje cambia. A veces espontáneamente, pero en muchas otras ocasiones de manera inducida. Esto es lo que sucedió en la Alta Navarra tras los hechos bélicos y de ocupación reseñados. En la mayor parte de Europa, comenzando por nuestros “países vecinos”, España y Francia, y otros más lejanos como Escocia, han mantenido sus castillos como elemento de continuidad del paisaje, y de memoria por lo mismo; los han convertido en elementos de atracción cultural y turística con sus correspondientes centros de interpretación, museos, lugares de venta y promoción de libros, recuerdos, etc., siempre con referencia contextualizada al lugar correspondiente.

De los castillos destruidos en la época de la conquista queda la memoria en la toponimia y en las crónicas históricas de su destrucción, pero en el lugar donde cumplieron su misión no existe ninguna referencia. Existen otros casos, como el de Xabier, donde se mantuvo el castillo, pero en el que se ha perpetrado una tergiversación total de su sentido histórico. Han “olvidado” su función como castillo de una de las principales familias del reino independiente y resistente a la ocupación. Lo han “reconvertido” en una basílica de culto religioso, de dudoso valor estético, tras destruir su torre mayor, según explicó Pello Iraizoz.

Para los que sufrieron la conquista y sus inmediatos sucesores la desaparición de los castillos fue una auténtica humillación, pero seguían existiendo sus ruinas. El paso del tiempo borró estas huellas, el paisaje fue cambiando, allanándose como la memoria de los agravios recibidos en la conquista. La memoria sobrevivió, en gran parte, gracias a la transmisión oral de las vivencias de los hechos y de los permanentes agravios que perpetraba el sistema político impuesto tras la ocupación. Fue a finales del siglo XIX, con la constitución de la “Sociedad Eúskara de Navarra” y la posterior “Comisión de Monumentos”, cuando se comenzó a valorar este patrimonio y su función memorial. Recuperaron el recuerdo de lo que fue un Estado europeo soberano. Significativo es que uno de los principales trabajos de Julio Altadill, fundador de la Asociación Eúskara, fueran tres volúmenes dedicados precisamente a los castillos de Navarra.

El mantener y transmitir la memoria de las injusticias sufridas es un elemento emancipador. El olvido y tergiversación que provocan quienes controlan los resortes del poder y los medios de educación y propaganda en nuestro país, tiene una intención política clara: convertir una nación, orgullosa de su patrimonio e historia, en una sociedad mansa e integrada en su sistema imperial. Su puesta en valor es una tarea necesaria para recuperar nuestra dignidad y afrontar el futuro con decisión y optimismo. 

Noticias de Navarra (2012/09/25)

19 septiembre 2012

LA URGENTE INDEPENDENCIA



Es clásica la distinción entre lo que es importante y lo que es urgente. Muchas veces se ha reflexionado sobre la importancia de lograr un Estado propio para poder consolidar políticamente los principales anhelos de nuestra sociedad. Es evidente para muchos de nosotros la importancia que tiene un Estado para lograr la normalización de una lengua, Ya sabemos que con eso no basta, pero también que es condición necesaria. Otro tanto puede decirse sobre la enseñanza de la historia, la transmisión, la ubicación de los lugares de memoria de una sociedad. En una frase, en el afianzamiento y proyección de su identidad a futuro.

De lo que no se ha debatido es de su urgencia. En el momento presente hay dos motivos por los que la independencia se ha convertido en urgente. La primera es la necesidad de solucionar el gravísimo problema de los presos y exiliados. Hoy en día no se percibe en nuestra sociedad la capacidad de ejercer una fuerza suficiente sobre los estados español y francés para cambiar su política en este sentido. Un Estado vasco soberano e independiente dentro de Europa tendría una capacidad de negociar este problema con España y Francia varios órdenes de magnitud superior que los movimientos y presión que ejerce nuestra inerme sociedad actual frente a las losas de sus legislaciones, judicaturas y ejecutivos. Un Estado vasco tendría capacidad para negociar soluciones, resolver extradiciones, recuperar a sus exiliados, etc.

Hay otro motivo que provoca la urgencia de lograr un Estado propio que aúna dos circunstancias que se están produciendo simultáneamente, no por casualidad, en nuestro entorno más próximo. Una es la marcha imparable de Cataluña hacia su independencia. Los años de ninguneo, expolio económico, persecución de su lengua y cultura y, en suma, de humillaciones sin cuento, han conducido a que la sociedad civil catalana se haya puesto en marcha, haya iniciado un proceso muy claro y, previsiblemente, rápido hacia el Estado propio y haya arrastrado en el mismo (un millón y medio de manifestantes se dice pronto…) a sus políticos catalanistas más tibios.

El otro es la debilidad total del Estado español. La crisis mundial se ha cebado en sus eslabones más débiles (¡quién se lo iba a decir a Lenin!). España es uno de ellos y no el menor. En mi opinión la efervescencia catalana no es ajena a este hecho. Su ventaja es que se han colocado dentro de la tendencia general (Québec, Escocia, Flandes…) y han sabido aprovechar el quebranto de España.

Nosotros deberíamos ser capaces de aprovechar todas las olas, la internacional, la propia derrota de España, el aliento catalán, la urgencia que requiere el problema de nuestros presos y exiliados y la necesidad de ser independientes para seguir existiendo en el mundo con una cierta tranquilidad, aun dentro de sus convulsiones y problemas. En un mundo en el que los agentes políticos siguen siendo los estados, ser sujeto exige tener uno propio. Ya que no se puede vivir al margen de un Estado, en lugar de depender de dos que nos son hostiles es mejor hacerlo de uno propio. No solucionará todos los problemas de inmediato, pero los hará más sencillos y con una solución más próxima.

Opino que el momento de la declaración unilateral no puede ser diferido. Por eso me resulta extraño que en ninguna de los programas electorales para la próxima convocatoria de la CAV aparezcan referencias a la independencia, ya no sólo a su necesidad, algo obvio, sino, sobre todo, a su imperiosa urgencia.

Pienso también que el nuevo Estado debe recoger en su primera declaración de independencia y en sus bases jurídicas internacionales la soberanía arrebatada injustamente al Estado de los vascos, Navarra. Más todavía, su legitimidad internacional sigue viva y creo que es el momento de ejercerla. 

Eneko Urliaga

Noticias de Navarra (2012/09/21)