08 marzo 2012

NECESIDAD POLÍTICA Y ECONÓMICA DEL ESTADO PROPIO



La realidad, parece, es que los tres grandes proyectos de los siglos XIX y XX, se han convertido en problemáticos: el capitalismo con bienestar social, la sociedad socialista y el nacionalismo clásico (que implica estado propio, soberanía, supremacía de la nación). Pero, por otra parte, es igualmente cierto que, en este desorden de modelos, la “sociedad nacional” o la “vida en nación” no han sido sustituidas por ninguna otra forma de organización equivalente de los espacios territoriales y colectivos. En el mundo contemporáneo, es decir en el conjunto de sociedades humanas, el “ser eso” sustancial, la identidad básica de grupo es todavía, y será, previsiblemente, en el futuro, sustancialmente un “ser” nacional: la entidad que define por encima del resto la vida política, moral, cultural, informativa, simbólica etc., es todavía y sobre todo nacional (…) La cuestión es pues que la entidad llamada “nación” no ha sido sustituida como marco central o supremo de id-entidad y de la vida de las sociedades: ni las “regiones”, ni “Europa” o la Unión Europea, por ejemplo, no han alcanzado un valor referencial y definitorio equivalente al que conserva el espacio definido como nacional


A pesar de todos los intentos de explicar la evolución de las sociedades y los conflictos acontecidos en su proceso histórico durante los últimos dos siglos, mediante los conflictos de clase o las confrontaciones de civilización o de tipo religioso, encontramos que el eje fundamental sobre el que giran los choques más importantes en el mundo es el hecho nacional. La nación ha sido en los últimos tiempos y sigue siéndolo el elemento fundamental que da sentido de pertenencia y cohesión a los seres humanos. Los conflictos de clase que tradicionalmente se han venido analizando como problemas internos de cada Estado se manifiestan cada vez con más intensidad a nivel internacional como contiendas nacionales.

En el mundo occidental, con instituciones militares conjuntas como la OTAN, en la Europa que vivimos, la de la Unión Europea, la de la superación de las fronteras y de los conflictos monetarios, se nos dice que la pertenencia nacional queda como un elemento residual. Los estados no disponen de ejércitos particulares ni de políticas monetarias propias sobre las que asentar su soberanía. Se nos dice que todo ello redunda en la obsolescencia de la organización política llamada Estado. Curiosamente quienes nos quieren vender este producto son medios, partidos y personas que tienen su Estado propio y que lo tienen activo y con iniciativa permanente. Son los mismos que nos dicen, también interesadamente que hay que luchar y defender la “Europa de los pueblos” y que nos olvidemos de esa utopía en trance de extinción llamada Estado.

Nada hay más alejado de la realidad. Sobre todo en esta época de crisis general. Ya vemos que lo que se ha construido en la última etapa histórica es la Europa de los estados. Los sujetos políticos en Europa son los estados que constituyen la Unión. Pero no sólo eso sino, cuando la crisis hace temblar las bases económicas del capitalismo occidental, encontramos que la Unión europea lo que hace para intervenir y tratar de paliarla es llamar al orden a los estados que “no han hecho sus deberes”. Dentro de los “pigs” (Portugal, Irlanda, Grecia y “Spain”) se ha llamado al orden a Portugal y Grecia. Son los estados los que desde su propia organización económica y política los que deben afrontar los problemas.

En referencia a los recientes disturbios y conflictos ocurridos en Gran Bretaña, el sociólogo Salvador Cardús decía en un reciente artículo: “En Tottenham, se ha dicho a diestro y siniestro que estábamos ante un caso claro de barrio "multicultural". Es una manera equívoca de describir un barrio con una mayoría de ciudadanos procedentes de antiguas y recientes inmigraciones y de sus descendientes. Pero eso no lo hace multicultural porque, al menos sobre el papel, supondría la existencia de una sociedad capaz de integrar la diversidad -incluida la autóctona- y no la mera superposición de grupos étnicos en competencia sobre el mismo terreno. Más que barrios multiculturales, son territorios en los que ha fracasado un determinado modelo de convivencia que, calificado con un término políticamente correcto y en nombre del respeto a la diversidad, enmascaraba formas radicales de segregación”.

La nación constituye el lugar de encuentro de un grupo humano, el espacio en el que se pueden afrontar los problemas de una comunidad y tratar de resolverlos, aunque sea a través del conflicto, de un modo racional y respetuoso con los derechos de las personas y grupos. La nación es el lugar que da cohesión a un grupo humano. Los procesos migratorios que existen en la actualidad, y que sin duda seguirán creciendo, serán siempre conflictivos, pero lo serán en menor grado si la sociedad de acogida muestra un mínimo necesario de cohesión social. La suficiente para servir de referencia y marcar unos valores básicos. Los grupos humanos llegados de otras culturas sociales, religiosas y políticas aportarán matices al marco de acogida, pero éste es necesario que exista para una convivencia democrática.

Para que este grupo nacional, con cultura social y política propia, tenga garantías de existencia, desarrollo y perspectivas de futuro, necesita del apoyo de ese instrumento político que el Estado. Cuando dentro de la organización política de un Estado existen varias comunidades nacionales distintas la supervivencia y futuro de las mismas sólo pueden ser garantizados por un Estado confederal o, cuando menos, federal. Pero cuando lo que rige el poder es un Estado unitario, absorbente, asimilista, negador e irrespetuoso de las diferencias lingüísticas, culturales y políticas, la única solución democrática es el logro de un Estado propio por cada una de esas naciones, el ejercicio de su libre disposición. En los casos de los estados español y francés la característica, casi genocida, de su sistema unitario, convierte el sometimiento de sus naciones en una situación radicalmente antidemocrática, con el sarcasmo añadido de que los impuestos que recauda de las mismas dice que lo revierte en ellas… ¡a través de su sistema educativo, sus medios de propaganda, su policía y su ejército! “Servicios” en los que no se reconoce ninguna de las naciones sometidas. Los circuitos de redistribución funcionan a favor de la nación dominante (española o francesa, en nuestro caso) y en contra de Navarra y los Países Catalanes.

La cohesión social es el factor fundamental para lograr una convivencia justa en un mundo cada vez más complejo, en el que los flujos de personas y capitales son cada vez más profundos y rápidos. La nación es la expresión de esta cohesión. Y el Estado es el instrumento político que puede garantizar su viabilidad. Garantizar la viabilidad de una comunidad nacional exige defender una identidad que asuma lo global de manera dinámica, abierta y en permanente cambio, pero asentada firmemente en el proceso histórico que se ha convertido en el “nosotros” actual y en su voluntad de permanencia. Exige unos referentes de memoria, fechas y lugares, basados en una historia asentada sobre un método científico. Exige la centralidad en todos los referentes con relación a otras sociedades  y naciones.

Todo lo anterior implica un sistema educativo coherente con estos fines: centrado en la propia nación al mismo tiempo que abierto al mundo. Supone unos medios de comunicación democráticos y que no sirvan, como actualmente, a la difusión y propaganda de identidades extrañas y con afán de sustitución de las propias. Comporta también unas redes de infraestructuras materiales (terrestres, ferroviarias y por carretera, aéreas, marítimas etc.) e inmateriales (telefonía, banda ancha, servidores de Internet etc.) centradas en los intereses de la propia nación. Implica también un sistema de I+D+i (Investigación. Desarrollo e innovación) soportado sobre una “I” añadida e  imprescindible, que es la Identidad.

El ingeniero Juan José Goñi se referido recientemente en un artículo de prensa a los seis tipos de capital que están jugando en el desarrollo evolución hacia el futuro de cualquier sociedad y afirma: “Los seis activos sociales son: el capital económico, el capital conocimiento, el capital salud -física y emocional-, el capital cultural y de creencias, el capital ecológico o ambiental, y el capital relacional o de confianza. Estos seis activos responden a nuestra naturaleza antropológica de humanos como seres sociales emocionales y racionales con percepción del tiempo -pasado y futuro- y residentes en un planeta biológicamente desarrollado y ocupando un espacio evolutivo junto a múltiples especies”.

La labor del Estado consiste en garantizar todo lo anterior y para ello es imprescindible el control de los flujos económicos. Por supuesto todos los relacionados con el sistema fiscal y servicios sociales (educación y salud, sobre todo), pero también y todavía más importantes actualmente, los referentes a la captación y canalización de capital hacia el tejido productivo y de servicios, centrado también un una visión estratégica del papel que la nación pretende jugar en la Europa y el mundo actuales.

Una sociedad sin cohesión social no tiene un futuro estimulante. Más bien no tiene futuro. La cohesión social viene de la mano de la nación y la nación para ser viable y garantizar un futuro democrático, viable, solidario con otras sociedades del mundo y respetuoso con los límites de nuestro Planeta, necesita los recursos económicos que, hoy por hoy, sólo se pueden lograr a través de esa organización política que es  el Estado.


Bibliografía

Mira, Joan F. “En un món fet de nacions”. Palma de Mallorca 2008. Lleonard Muntané, Editor.


Artículo publicado en Haria 30 (2012/03)

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