25 septiembre 2011

¿EN TIERRA DE NADIE?

En este mundo occidental en que vivimos no existen “tierras de nadie”. No hay poblaciones que existan al margen de los estados. Los vascos, exactamente igual que los magiares, lusos, bretones o cualquier otro grupo étnico europeo, vivimos dentro de un Estado concreto (el húngaro, el portugués o el francés en los casos citados). Aunque en el nuestro sean dos: el español y del francés. Y esta realidad es tozuda: si no tenemos Estado propio, tenemos (o nos tiene) otro. Siempre.

Hoy en día en nuestro entorno geopolítico se nos asegura que el Estado está perdiendo atribuciones. Es posible... Algunas han pasado a niveles supraestatales, como son las relacionadas con los sistemas militares o monetarios. Pero hay un asunto que cobra cada vez más importancia, en el que los estados tienen la competencia exclusiva y que está, además, relacionado con los procesos migratorios y otras cuestiones de gran alcance. Cualquier grupo humano que pretenda responder democrática y eficazmente a los retos que plantean los problemas vivos en el planeta Tierra a comienzos del siglo XXI debe constituirse como una sociedad cohesionada, en la que puedan expresarse en plenitud todas las potencialidades de su cultura social y política. Un elemento básico de cohesión es la lengua propia de los grupos que la poseen y utilizan.

Los estados, desde el siglo XIX sobre todo, son los principales generadores de identidad. En los estados multinacionales, pero monolingües, monoétnicos y unitarios en la práctica política, como los que nos toca soportar a los vascos, la identidad que se impone a través de la lengua, de la versión de la historia y de la consiguiente memoria asociada a los hechos y lugares que configuran una sociedad, es la de las naciones dominantes.

El estrepitoso fracaso de determinadas políticas “multiculturales”, basadas en la creación de guetos sin otra facultad que la de mantener las características étnico-religiosas de los grupos inmigrantes y sin ninguna capacidad de colaborar con el conjunto social en el que se integran para solucionar el conjunto de problemas de la sociedad de acogida, lleva a la necesidad de controlar los instrumentos de cohesión y manejarlos eficazmente. Para esa tarea, entre otras, está el Estado. Es el instrumento que puede garantizar que las aportaciones y valores de las culturas inmigrantes se incorporen al conjunto social de modo democrático, positivo y lo menos conflictivo posible.

En un reciente artículo, Euskal estatuaren ezinak eta nahiezak , publicado en Berria (2011/09/11) Pablo Sastre afirmaba que por tener mañana un Estado no vamos a ser más avanzados o mejores, y eso es sencillamente una postura derrotista y políticamente equivocada. Cualquier Estado tiene sus riesgos, pero la posición de Sastre es conservadora, cuando no abiertamente reaccionaria: “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”. Es lo que hace implícitamente el autor al elegir España o Francia, lo malo conocido, frente a lo bueno por conquistar.

Si somos el pueblo de los batzarres y del auzolan, difícilmente vamos a tolerar un Estado propio que no sirviera a la propia sociedad. No es de recibo admitir la hipótesis peor, como afirma Sastre, de que “un Estado propio no sólo no nos ayudaría a ser a nuestro modo; sino que pondría al pueblo bajo su dominio”. ¡Como si España o Francia nos dejaran “ser a nuestro modo”! También esa desconfianza hacia la sociedad propia encubre una posición conservadora. Nunca la izquierda ha tenido miedo al pueblo, y cuando lo ha sentido, ha dejado de serlo para pasar al campo de los dominadores.

Es particularmente desafortunado afirmar: “bagarelako gara” (“somos porque somos”), ya que constituye o bien una frivolidad tautológica, vacía de contenido, del tipo “Navarra es Navarra” (de Jaime Ignacio del Burgo), o bien una expresión del esencialismo más rancio. Se diría que el ser social, según Sastre, constituye una esencia en sí, inmutable, y la realidad colectiva no fuera una construcción social, nacional en este caso, en la que el poder estatal aculturiza, manipula y, sobre todo, crea identidad.

Con posiciones como las expuestas en el artículo citado sólo se consigue afianzar el dominio secular al que España y Francia nos tienen acostumbrados. Sembrar la duda y el recelo frente a la tarea política liberadora de constituirnos en Estado independiente favorece las estructuras de dominio y explotación a las que estamos sometidos desde hace mucho tiempo. La lucha realmente progresista, aquí y ahora, consiste precisamente en su logro en el plazo más breve posible.

Está claro que hay opiniones para todos los gustos, pero hay cuestiones en las cuales se impone la cruda realidad y que, nos guste o no, está ahí y hay que afrontarla. Una de esas realidades es el Estado. El Estado puede ser instrumento de dominio, pero también de relativa liberación, según quien ejerza su control. Abandonarlo en manos ajenas por su condición de estructura de poder implica ceder el terreno de la lucha política y resignarse a la derrota, a la marginación, a vivir, como propone Sastre, en los resquicios.

En nuestro caso concreto, las funciones que ambos estados ejercen sobre la sociedad vasca se enfrentan a nuestros intereses. Los vascos del siglo XXI pertenecemos obligatoriamente a unos estados que no sólo recaudan nuestros impuestos y los utilizan en nuestra contra (sistema lingüístico y educativo, sistema penal, policial, judicial, militar, medios de propaganda y tantos otros...), sino que además controlan y canalizan todo tipo de inversiones y ayudas en un sistema de I + D + i que nos es ajeno, cuando no directamente contrario.

Todo eso, y mucho más, es lo que hace del Estado, un ente polifacético, polivalente y multiusos. Pero hay una cuestión que, como ya se ha dicho, es evidente: no existe ningún grupo humano en nuestro planeta que viva al margen de esa realidad. Necesitamos un Estado propio porque hoy es la forma de ser en el mundo. Como sujeto. Hoy por hoy; la única.

En resumen, el artículo de Sastre contrapone la cuestión social y democrática con el hecho nacional, algo ya utilizado en tantos debates históricos, lo cual le obliga como conclusión a una apología del estatus existente. Con la exquisita exigencia de perfección para lo propio, imposible de alcanzar, opta, de hecho, por seguir con lo ajeno, con lo que hay, España y Francia, sin dar opción a la posibilidad de un Estado nuestro, navarro, al margen de sus presumibles rasgos problemáticos o contradictorios. El artículo de Pablo Sastre es conservador, reaccionario, lleno de desconfianza hacia la propia fuerza de su pueblo y, por desgracia, defensor en el fondo de la situación de dependencia y dominio a que se ve sometida Euskal Herria.

Angel Rekalde / Luis María Martínez Garate

NO MAN’S LAND?

Bizi garen Mendebalde honetan ez dago “inorena ez den lurralderik”. Ez dago estatuez landako herririk. Euskaldunok, magiarrak, lusoak, bretoiak edo Europako beste edozein talde etniko bezalaxe, Estatu jakin baten baitan bizi gara (hungariarrean, portuguesean edo frantsesean, aipatutako kasuetan). Gurean, bi dira estatu horiek: espainola eta frantsesa. Eta errealitatea tematia da: ez badugu Estatu propiorik, beste bat (beste batena) izango dugu. Beti.

Gaur egun, gure inguru geopolitikoan Estatua eskuduntzak galtzen ari dela diote. Baliteke... Batzuk Estatuaz gaindiko mailetara igaro dira, hala nola sistema militarrekin edo monetarekin zerikusia dutenak. Baina badago gero eta garrantzi handiagoa duen gauza bat, Estatuei soilik dagokiena eta, gainera, migrazio-prozesuekin eta munta handiko beste gai batzuekin lotuta dagoena. XXI. mendearen hasieran, Lurra planetako arazoei demokratikoki eta eraginkortasunez erantzun nahi dien edozein gizataldek gizarte kohesionatua izan behar du, non bere kultura sozial eta politikoaren potentzialitate guztiak adierazi ahal izango diren. Kohesioaren funtsezko elementua taldeen hizkuntza propioa da.

XIX. mendeaz geroztik batik-bat, estatuak dira identitate-sortzaileak. Estatu multinazional baina praktikan elebakar, etniabakar eta unitarioetan, euskaldunoi pairatzea egokitu zaizkigun haunetan adibidez, gizarte bat eratzen duten hizkuntzaren, historiaren bertsioaren eta, beraz, gertakari eta lekuei lotutako oroimenaren bitartez inposatzen den identitatea nazio menperatzailearena da.

Talde etorkinen ezaugarri etniko eta erlijiosoak mantentzeko, baina harrerako gizarteak bere osotasunean dituen arazoak konpontzeko inolako kolaborazio-gaitasunik gabe, guettoak sortu dituzten politika “multikulturalek” izan duten porrota ikusita, agerikoa da kohesio-tresnak kontrolatzeko eta eraginkortasunez erabiltzeko beharra. Horretarako dago Estatua. Bera da etorkinen kultura eta balioak gizarte osoan demokratikoki, positiboki eta ahalik eta gatazkarik txikienarekin txertatzea berma dezakeen bitartekoa.

Duela egun batzuk (2011/09/11) Berrian agertu zen “Euskal estatuaren ezinak eta nahiezak“artikuluan, Pablo Sastrek zioenez, bihar Estatu bat “izatearekin, deusetan ez gara abantzatuagoak edo hobeak izanen”. Jarrera etsikorra eta politikoki okerra da hori. Edozein Estatuk ditu bere arriskuak, jakina, baina Sastreren iritzia kontserbadorea da oso: “Ezagutzen ez dan ona baino, ezagutzen dan txarra hobe”. Horixe da artikuluaren egileak inplizituki egiten duena Espainia edo Frantzia aukeratzean (ezagutzen den txarra), konkistatzeke dagoen onaren ordez.

Batzarreen eta auzolanen herria bagara, nekez onartuko dugu gizartearen beraren zerbitzura ez dagoen Estatu propiorik. Ez da onargarria hipotesirik txarrena ontzat ematea eta, Sastrek dioen moduan “Estatu propioak, ez bakarrik ez liguke zertan geure eskuko izaten lagunduko, baina, herria (nazioa) behin-betikoz bere menpe jarriko luke”. Espainiak edo Frantziak “gu geu izaten” uzten digute nonbait! Bertako gizartearekiko mesfidantza horrek jarrera kontserbadorea estaltzen du halaber. Ezkerrrak ez dio inoiz beldurrik izan herriari eta, halakorik sentitu duenean, ezkerra izateari utzi dio, menperatzaile izateko.

Bereziki zoritxarrekoa da “bagarelako gara” esatea; izan ere, fribolitate tautologikoa izan daiteke, edukiz hustua, Jaime Ignacio del Burgoren “Navarra es Navarra” haren modukoa, edota esentzialismorik zaharkituenaren erakusgarria. Sastreren arabera, izaki soziala berezko esentzia da nonbait, aldaezina, eta errealitate kolektiboa ez litzateke eraikuntza soziala izango, nazionala kasu honetan, non Estatuaren botereak kulturgabetu eta manipulatu egiten duen eta, batez ere, identitatea sortzen duen.

Artikulu horretan agertzen diren jarrerekin, Espainiaren eta Frantziaren mendetako nagusitasuna sendotu besterik ez da egiten. Estatu independente izateko lan politiko askatzailearen aurrean zalantza eta errezeloa sortzeak oso aspalditik pairatzen ditugun larderiazko egitura menperatzaileen alde egiten du. Benetako borroka aurrerakoia, hemen eta orain, independentzia ahalik eta lasterren lortzea da, hain zuzen ere.

Jakina mota guztietako iritziak daudela, baina gai batzuetan errealitate gordinari ezin diogu muzin egin, gustatu ala ez. Errealitate horietako bat Estatuarena da. Estatua tresna menperatzailea izan daiteke, baina baita nolabaiteko askapenarena ere, haren kontrola noren eskuetan dagoen. Botere-egitura delako besteen esku uztea borroka politikoan amore ematea da eta porrota, bazterkeria eta, Sastrek dioen bezala, zirrikituetan bizitzea etsi-etsian onartzea.

Gure kasu zehatzean, bi estatuek euskal gizartean betetzen dituzten funtzioak gure interesen aurkakoak dira. Izan ere, XXI. mendeko euskaldunok nahitaez gara estatu batzuetako kide eta estatu horiek, gure zergak jaso eta gure aurka erabiltzeaz gain (hizkuntz politika eta hezkuntza-sistema, errepresioa, defentsa eta ordena publikoa, propaganda-hedabideak eta beste hainbat...), inbertsio eta laguntza oro kontrolatzen eta bideratzen dute, gurea ez den eta batzuetan zuzenean gure kontrakoa den I+G+b sistema batean.

Hori guztia eta askoz gehiago da Estatuak egiten duena, entitate polifazetikoa, balioanitza eta erabilera anitzekoa baita. Baina, esan dudanez, bada agerikoa den gauza bat: ez dago gizatalderik planeta honetan errealitate horretatik at bizi denik. Gure Estatua behar dugu, hori baita munduan izateko modua gaur egun. Subjektu izatekoa. Gaurkoz, modu bakarra.

Laburbilduz, Sastreren artikuluak arazo soziala eta demokratikoa eta arazo nazionala kontrajartzen ditu, hainbat eztabaida historikotan egin dena; horren ondorioa, dagoen estatusaren apologia egitea izaten da. Gurea eta propioa dena ezin hobea eta guztiz perfektua izan dadin eskatuz, praktikan, besteenarekin jarraitzea hautatzen du, dagoenarekin, Espainiarekin eta Frantziarekin, gure Estatua, nafarra, bere balizko ezaugarri kontraesankor eta problematikoekin bada ere, eraikitzeko aukera baztertuz. Pablo Sastreren artikulua kontserbadorea da, gure ustez atzerakoia, herriaren indarrekiko mesfidantzaz betea eta, tamalez, Euskal Herriaren menpekotasun eta subordinazio-egoeraren defendatzailea azken batean.

Angel Rekalde / Luis María Martínez Garate

BERRIA 2011/09/27

24 septiembre 2011

BEOTIBAR: EL MITO DE LA BATALLA

Según un lugar común en la memoria de muchos guipuzcoanos, sobre todo en Tolosaldea, el 19 de septiembre de 1321 ocurrió en el paso de Beotíbar una batalla de las tropas navarras contra Gipuzkoa a consecuencia de la previa destrucción del castillo de Gorriti por los guipuzcoanos. Este episodio se ha trasmitido asociado a la fiesta y baile de la Bordondantza que Tolosa celebra el 24 de junio, en el solsticio de verano, un hecho bélico magnificado y, sobre todo, interpretado en un sentido de división y enfrentamiento entre vascos.

Reflexionaba sobre todo lo anterior con motivo del reciente Segundo Congreso de Historiadores de Navarra organizado por Nabarralde y celebrado en Oñate los pasados días 16 al 18 de septiembre. En el mismo se presentaron dos ponencias que aludieron a dicha escaramuza. Una de ellas, expuesta por Floren Aoiz, destacaba su instrumentalización política, sobre todo tras la conquista de la Alta Navarra en el primer tercio del siglo XVI. En la segunda, dictada por Juan Antonio Urbeltz sobre “Los alardes de armas y sus metáforas”, Beotibar aparecía como ejemplo que ilustraba su tesis, en torno a la relación entre folklore e historia.

La leyenda de Beotibar, cuyo origen data de finales del siglo XVI y comienzos del XVII con Garibay, Zurita y Mariana, todos ellos historiadores “orgánicos” al servicio de la monarquía española de los austrias, ha servido para construir un imaginario colectivo entre los guipuzcoanos que, en muchas ocasiones, ha elevado el suceso a lugar de memoria de la Provincia frente al reino de Navarra, al que presenta como un ente político extraño y agresor. Se llegó a hablar de que 60.000, ¡sí, sesenta mil!, “franceses, gascones y navarros” marcharon sobre Tolosa desde Pamplona y a su paso arrasaron Berastegi. Al “historiador” correspondiente habría que preguntar cómo el Valle de Berastegi pudo albergar a 60.000 hombres. Según el mismo relato, 800 guipuzcoanos formaron el pequeño ejército que derrotó a los navarros en Beotibar.

La historia, como puso en relieve Floren Aoiz, nos habla más bien de un pequeño enfrentamiento en la muga entre ambos reinos, fortificada por Castilla tras la conquista castellana de los territorios occidentales navarros en 1200. Pasó a la historia como “frontera de malhechores” por los conflictos y fechorías que, en su mayor parte, fueron instigados por Castilla. Beotibar fue una pequeña trifulca, posteriormente sobredimensionada con una evidente intención, hasta elevarla al nivel de leyenda generadora de simbolismo e ideología. Es decir, de memoria.

Tras la leyenda y el relato histórico, queda el tercer aspecto del mito, que es su utilización como supuesto soporte de la celebración el día de San Juan, el solsticio de verano, en la fiesta de la Bordondantza en Tolosa. Ya el padre Larramendi en su "Corografía de Guipúzcoa" recordaba que la Bordondantza, conocida anteriormente como Alagaidantza, se bailaba en otros pueblos del Beterri como Andoain, Hernani, Urnieta o Rentería. La teoría de la batalla queda bastante malparada.

Juan Antonio Urbeltz en su ponencia sobre los alardes defendió la distinción entre folklore e historia y la inconmensurabilidad entre el concepto de tiempo de ambas. La historia constituye una narración temporal, un relato diacrónico de los hechos acontecidos en una sociedad. El folklore es, en cierto modo, intemporal, acrónico. Responde a arquetipos muy antiguos y que no encuentran cabida fácilmente en los hechos históricos. Funciona con un sistema de representación e interpretación distinto. Esto no quiere decir, por un lado, que el folklore no evolucione con el tiempo y se transforme a un ritmo distinto, mucho más lento por supuesto, que los procesos sociales o históricos. En cambio, por otro, puede suceder que un hecho enraizado en la cultura, manifestación de la identidad de un pueblo, sea asociado deliberadamente con algún hecho histórico, de trascendencia real o magnificada, para ser utilizado con voluntad política.

La tesis de Urbeltz defiende que los alardes vascos actuales responden a patrones de folklore muy antiguos y, como tales, constituyen representaciones festivas. Cualquier elemento histórico y, por lo mismo, sucedido en épocas recientes, es algo añadido. Estas incorporaciones corresponden a intereses políticos concretos. Es el caso de los alardes de Irun y Hondarribia, a los que se han adjudicado relatos épicos en épocas tan recientes como el siglo XIX, supuestos elementos de batallas de los siglos XVI en adelante. Algo similar sucede con la Bordondantza de Tolosa. En todos estos casos sobre la base folklórica se han introducido elementos seudohistóricos como factores de memoria con el objetivo evidente de crear ideología y propiciar el enfrentamiento entre vascos.

La recuperación del origen en el folklore y la discriminación de los elementos ahistóricos deben servir al restablecimiento de su expresión festiva. Eso no supone la eliminación de sus rasgos actuales, sino el cambio de su interpretación como fundamento de memoria. Aunque es posible que algunas de sus características actuales, en los casos de Irun y Hondarribia por ejemplo, deberían ir evolucionando hacia fiestas en las que las mujeres pudieran participar con normalidad.

La decisión de qué hechos y lugares hemos de conmemorar es nuestra. No la podemos dejar en manos de quienes sirven a los intereses de un Estado que crea identidad a nuestra contra; un Estado que consciente y permanentemente diluye y tergiversa nuestras señas de memoria e historia y, con su relato, las asimila. La interpretación de los hechos y lugares también debe ser nuestra. Si no logramos crear nuestro propio relato, nunca saldremos del pozo del sometimiento y la apatía.

09 septiembre 2011

HISTORIA, MEMORIA Y MANIPULACIÓN


Toda la historia está escrita desde el presente, tomando en cuenta el conjunto de conflictos e intereses contrapuestos que se manifiestan en la sociedad desde la que se escribe. La historia es ciencia, pero es una ciencia muy especial. La selección de los hechos sobre los que un historiador pretende investigar y descubrir sus orígenes, evolución, conflictividad, consenso o desencuentro posteriores y sus resultados no es inocente. Tampoco lo son los límites espaciales y temporales que obligatoriamente debe poner a su investigación. Cualquier hecho histórico ocurrido en cualquier lugar está relacionado, tanto en la escala temporal, con hechos que le precedieron y colaboraron o participaron en su ocurrencia, como en la espacial, con acontecimientos que sucedían en su entorno geográfico más o menos próximo. Es imposible investigar a la vez todo sobre un hecho, todo sobre sus antecedentes y todo sobre lo que sucedía en el resto del mundo al mismo tiempo.

La selección de hechos que hace cualquier historiador no es nunca inocente, siempre responde a unos intereses sociales determinados. Por eso la historia, aunque sea con mayúsculas y se llame ciencia, no es neutral, sino que responde a los intereses y al conflicto del presente desde el que se la estudia. En este sentido, Raymond Aron, 1964, comentaba, Cada sociedad tiene su historia y la reescribe a medida que ella misma cambia. El pasado sólo queda fijo definitivamente cuando no hay futuro. Los hechos a estudiar siempre se eligen desde el debate político del presente. Como afirmó Edward Said, 2000, La escritura de la historia es el mejor camino para dar su definición a un país y la identidad de una sociedad es en gran parte función de la interpretación histórica, campo en el que se enfrentan las afirmaciones que se discuten y las contra afirmaciones.

Normalmente la memoria histórica es la base sobre la que se sustenta la selección de hechos que se ofrecen para la investigación histórica. Ahora bien, cuando en un conflicto hay vencedores y vencidos la memoria juega un papel ambiguo. Según Walter Benjamín, 1938, la memoria de los vencidos es la única vía para el resarcimiento de la derrota cuando ésta es considerada injusta. Si los dominados relegan la situación y hechos en los que fueron vencidos, el olvido constituye una segunda derrota que, según Benjamin, puede ser definitiva. La memoria es un factor emancipador de primer nivel. Por eso, los triunfadores tratan de hacer que los vencidos olviden la memoria de sus derrotas, que la tengan desdibujada o directamente tergiversada y sustituida por la impuesta desde el campo vencedor.

Se suele afirmar, con razón, que son los vencedores quienes escriben la historia y ésta es su principal arma. Sus historiadores tienden a dejar de lado muchas de las prácticas que caracterizan al método científico de la historia para lograr una versión favorable a los intereses de quienes triunfaron. La selección de hechos a investigar suele ser tendenciosa y, con frecuencia, los análisis de fuentes y archivos que realizan sesgados, parciales o simplemente manipulados. El documento recientemente descubierto por la historiadora Idoia Arrieta, 2011, sobre la conquista y ocupación de la Navarra marítima, Urzainqui y Olaizola, 1998, o País Vasco Occidental en 1200, en el que la propia denominación de conquista referida a San Sebastián aparece ocultada, con dolo, por parte del burócrata español de turno a las órdenes del político correspondiente al transcribir el documento, constituye en nuestro caso, el último ejemplo conocido de esta manipulación.

Otra expresión frecuente de la falta de rigor histórico sucede al no contextualizar bien, en su entorno geográfico y temporal, los hechos históricos y ofrecer una interpretación finalista de los mismos de modo casi constante. En el caso de Navarra es clara la manipulación que supone hablar permanentemente de su vocación hispánica, incluso desde etapas muy anteriores al surgimiento de la idea nacional española. Las historias de Navarra que nos ofrece el nacionalismo español, sobre todo las realizadas desde sus intereses en la propia Comunidad Foral del presente, son ejemplos reiterados de esta carencia de rigor.

El ofrecer juicios de valor sobre acontecimientos pasados con criterios históricos o sociales del momento actual, es otro de los fallos de método habituales en este tipo de historias. Un buen ejemplo lo constituye el tomar como referencia permanente para los límites de Navarra los de la actual demarcación administrativo política que supone la Comunidad Foral de ese nombre. Se pueden encontrar narraciones de la historia del reino de Navarra en la época de Sancho III el Mayor a comienzos del siglo 11, cuando ni tan siquiera lo era de Navarra sino de Pamplona, con unas mugas al norte que coinciden con precisión con las actuales entre los estados español y francés. Es reconocido, en cualquier ámbito relacionado con la historia medieval de Europa, que las posesiones de este rey se extendían de forma amplia por el norte del Pirineo. También lo es que la actual delimitación de mugas entre ambos estados procede de la Paz de los Pirineos datada en 1659, que en 1868 tuvo lugar un importante arreglo de límites entre los dos estados y, que fue modificada por última vez ¡en 1984!, con motivo de la construcción de la carretera de Roncal a Arette.

La historia ayuda y colabora a rectificar los excesos que la memoria de los vencidos había podido transformar en mitos. Pero también, y sobre todo, a desmontar toda la construcción de su falsificación u ocultación por parte de quienes resultando vencedores habían obtenido el dominio y expolio de los derrotados. Como dice Albert Balcells, 2008, la memoria y la historia cumplen dos funciones distintas en los procesos sociales, del mismo modo que la sociología o la ciencia política tienen objetivos diferentes de los propios de la acción social o política. La ciencia de la historia cumple un papel análogo al de las ciencias sociales y políticas, mientras que la memoria se encuentra mucho más próxima del activismo social o político. La historia se mueve de modo principal a través de la razón, mientras que la memoria lo hace, sobre todo, por la emotividad. La memoria tiene como base el testimonio y se expresa mediante rituales o ceremonias, la historia, por el contrario, pretende expresarse a través de un método científico.

La manipulación de la historia es un hecho común por parte de quienes sabiéndose vencedores pretenden la tergiversación, olvido o sustitución de la memoria de los vencidos. No se puede bajar la guardia ante la reiteración de sus interpretaciones poco rigurosas. No por repetir mil veces una mentira se convierte en verdad. La inexistencia de una obra breve, sencilla y actualizada de la historia de los vascos, sobre todo desde una perspectiva política propia, me ha llevado a escribir una síntesis histórica del conjunto de Vasconia considerada como sujeto histórico, a plantearla desde su propia centralidad y no como satélite que gira en torno a otros planetas ni como retazos aislados de las historias de los estados que actualmente nos dominan. He intentado mostrar a Navarra como el Estado histórico de los vascos; su máxima construcción política como Estado independiente y soberano. He tomado por hilo conductor su cultura social particular, especificada en el sistema Jurídico consuetudinario propio, también conocido como Derecho Pirenaico, codificado a lo largo de los siglos 12 y 13 en textos conocidos como Fuero Viejo o Fuero General. El pueblo construyó el reino, el reino devino Estado y el reino Estado nacionalizó la propia sociedad vasca, Lacarra, 1976. Sin su Estado histórico, Navarra, difícilmente hablaríamos hoy, en el siglo 21, de nación vasca.

Publicado en Euskonews 591, 2011/09/09-16