18 julio 2007

DESDE MADRID

Escribo esta breve reflexión desde Madrid a donde he venido a pasar unos días para reencontrarme con viejos amigos y ver unas cuantas exposiciones, principalmente las de Van Gogh y Patinir.

Conozco la teoría, muchas veces la he expresado tanto en público como en privado, sobre el hecho de que los españoles consideran Navarra como “cuestión de Estado”, del suyo evidentemente. Las mentes que dirigen sus “think tanks” saben perfectamente que la “cuestión vasca” es, en su raíz, la “cuestión navarra”. Si no que se lo pregunten a una de sus principales figuras, Jaime Ignacio del Burgo.

Resulta interesante escuchar los comentarios que los medios de comunicación madrileños dedican a las largas y complicadas vicisitudes de la formación del gobierno de la Comunidad Foral. Y también muchos comentarios recogidos en la calle, emitidos por personas “de a pie” y expresados sin saber que están siendo oídos por otros.

El veto que los poderes reales del Estado español han marcado a la posibilidad que en “su” Comunidad Foral gobiernen personas que tienen el referente de la Vasconia histórica, de la “Navarra entera” o, dicho de una forma más común, de Euskal Herria, es porque constituye para ellos una osadía inaudita.

No es, evidentemente, que las fuerzas agrupadas tras Nafarroa Bai no sean “constitucionalistas españolas”, que no lo son, ni que propugnen en su programa la “independencia de Navarra”, que tampoco. Es, simplemente, que no pueden tolerar que en “su” Navarra puedan tener un mínimo control político elementos que otorguen una cierta “normalidad” a nuestra lengua y cultura y a nuestro patrimonio en general.

Esos mismos sectores en Catalunya pactan sin problemas con un partido que se autodefine como independentista y partidario de la constitución de un Estado catalán separado de España, Esquerra Republicana. Y no pasa nada.

En Navarra, en cambio, saben que en cuanto dejen de apretar el acelerador del vehículo que dirige la destrucción de nuestro patrimonio (lengua, cultura etc.) y la tergiversación de nuestra historia y memoria colectiva, van a explotar muchos anhelos forzosamente acallados. Saben que en cuanto nuestra sociedad pueda respirar, aunque sea poco, unos aires menos insanos, estará a un paso de recuperar su autoestima y, por lo mismo, de encontrar una vía, política necesariamente, que le conduzca a su emancipación.

La agobiante situación de estos últimos años debe terminar pronto y pienso que la referencia al Estado de Navarra como el futuro Estado de todos los vascos, del modo que ya lo fue históricamente a través del Reino de Navarra, ha de convertirse en el eje de la política para conseguir la normalidad para nuestro pueblo a nivel internacional: la consecución de nuestra independencia.