15 diciembre 2007

30 noviembre 2007

CUANTO ANTES NOS VAYAMOS, MEJOR

La primera noticia que salta por la radio, tras llegar a casa esta noche, consiste en la "ejecución" del tristemente famoso proceso 18/98. Antes de dictaminar la sentencia los inculpados son detenidos y enviados a la cárcel. Aun sin tener conocimiento completo de la misma ya "se sabe" que las condenas van a superar, en algunos casos, a las peticiones del fiscal.

Para quienes hemos defendido desde hace mucho tiempo la tesis de la radical ausencia de democracia en el actual régimen político que impera en el Estado español, legítimo sucesor del franquismo, esta sentencia ejecutada sin ser conocida no supone una gran sorpresa.

Todas las circunstancias que rodean el hecho corroboran la tesis y la amplian. A la falta de pruebas y al conjunto de anomalías que presidieron los meses de juicio se une la actuación final. En su conjunto, la farsa expresa con claridad la estructura profunda del Estado español. No se trata sólo de la sumisión de su "poder judicial" al "ejecutivo" que es realmente policiaco; se trata de algo más profundo: su carácter totalitario.

Se ha afirmado que el imperialismo es especie del totalitarismo. El imperialismo que desde siglos ejercen España y Francia sobre Vasconia se ha expresado de forma "clara y distinta" en estas actuaciones. El totalitarismo ha ejecutado de forma radical la aniquilación de quienes se oponen al mismo.

Se puede, y se debe, protestar en la calle y con voz muy alta, pero pienso que sobre todo es momento de volver a plantear la urgente necesidad de alejarnos cuanto antes del Estado que practica tales desmanes. La constitución de la República de Navarra, como Estado en Europa y en el mundo, aparece como condición necesaria para que nuestro pueblo acceda a una situación democrática. La cultura política de la única estructura política soberana creado por los vascos, el reino de Navarra, es una base firme para su construcción.

La democracia exige que nos vayamos ya, y nuestra dignidad también.

11 noviembre 2007

NAVARRA COMO PARADIGMA

Se entiende como "paradigma" un modelo capaz de explicar de forma sencilla una realidad verificada tanto en el campo de las ciencias físicas y biológicas como sociales.

El modelo que construyeron Copérnico y Galileo en los siglos XVI y XVII, con el Sol en posición central y los planetas girando en su entorno, permitía explicar de forma mejor y más sencilla los hechos que observaban los astrónomos que las visiones que proponían a la Tierra como centro del universo. Eso es un paradigma en el campo de la astronomía.

El modelo de evolución de las especies mediante selección natural postulado por Darwin y Wallace en el siglo XIX, completado por las investigaciones de su contemporáneo Mendel, permitió generar en el siglo XX el paradigma que actualmente nos permite explicar y comprender la evolución de la vida en nuestro planeta de modo más adecuado y completo que las visiones creacionistas basadas en las narraciones bíblicas y en textos de otras religiones o en planteamientos evolucionistas menos elaborados, como eran los de Lamarck.

En la perspectiva de las ciencias sociales se adoptan modelos como son los conceptos de “revolución neolítica”, “revolución industrial”, "revolución científico-técnica", “sociedad del conocimiento” o "globalización" que permiten una explicación mejor de las etapas por las que ha pasado el desarrollo de la humanidad que unas simples perspectivas cronológicas que relatan exclusivamente historias de reyes, batallas y conquistas.

Para la comprensión de la realidad histórica de nuestro país se han construido fundamentalmente tres modelos. Estos tres paradigmas se pueden resumir como el "foral”, el “bizkaitarra” y el “navarro”.

El “paradigma foral” es el primero desde el punto de vista cronológico. Es el que presenta, por una parte, las primitivas relaciones entre el reino de Castilla y las Provincias como “pactadas” y, por otra, con el reino tras la conquista, como una “incorporación aequae principal”, es decir de igual a igual, también “pactada”. Desde la perspectiva de las Provincias Vascongadas un importante representante, ya en el siglo XVI, de esta visión es Esteban de Garibay. También lo es Manuel Larramendi en el XVIII, así como todo el pensamiento de la tradición carlista en los siglos XIX y XX.

El segundo, que surge tras las derrotas en las guerras carlistas, es el “paradigma bizkaitarra o aranista”. Arana Goiri, consciente de los movimientos nacionalistas en la Europa de su época, no rechaza el modelo foral pero lo supera con una visión “nacional” que lo incluye. Arana, desde una perspectiva bizkaitarra y con escasa reflexión sobre la realidad navarra da, no obstante, un paso de gigante: los vascos no somos españoles ni franceses, somos sencillamente vascos y tenemos derecho a nuestra independencia, a nuestro Estado propio.

El tercero, intuido desde la etapa de la Primera Guerra Carlista, se reformula hoy en día con más precisión y es el que podemos denominar como “paradigma navarro”. Ya Xaho, durante dicha guerra, percibió o intuyó, a través de su libro “Viaje a Navarra durante la insurrección de los vascos” (1865), la centralidad absoluta de Navarra en Vasconia.

Desde que Anacleto de Ortueta escribiera su obra, ya clásica, “Nabarra y la unidad política vasca” (1931) ha llovido mucho. Con la publicación de “La Navarra marítima” de Urzainqui y Olaizola (1998), se retomó con más fuerza y claridad la idea ya expresada por Ortueta. En el intervalo, casi 70 años de “travesía del desierto”: la guerra de 1936-39, la dictadura del general Franco y su régimen, para culminar con la “seudotransición” que no supo, o no quiso, dar carpetazo al fascismo vencedor de aquella guerra. Como un importante oasis en esta larga travesía se manifiesta la obra de Federico Krutwig (1962) quien con la mirada puesta en la “Gran Vasconia” constató su plena coincidencia con la máxima extensión del reino navarro.

Hasta el primer tercio del siglo XX, fue la parte de Navarra que conservaba su referencia nominal al Estado independiente de los vascos quien llevó la voz cantante en las reivindicaciones políticas de la Vasconia ibérica frente al Estado español. La “intelligentsia” hispana pronto se percató de la trascendencia política de la realidad y alcance de Navarra y, tras los episodios bélicos del siglo XIX y la famosa “Gamazada” de su final, decidió la necesidad de neutralizar las veleidades emancipadoras de Navarra. Para ello utilizó infinidad de medios: legales, paralegales e ilegales, pero todos ellos ilegítimos. Comenzó con Víctor Pradera, siguió con Raimundo García (“Garcilaso”), de triste memoria, en los prolegómenos y consecución del “Glorioso Alzamiento” de 1936 y tuvo su consecuencia lógica en la política actual de Upn a la que, de inmediato, se sometió el PsoE. En todos ellos la “razón de Estado" (español, obviamente) se impuso con claridad. Sus intereses objetivos se manifestaron en la política diaria.

Todo ello fue añadido a que la actividad de estos personajes del primer tercio del siglo XX se desarrollaba sobre una sociedad con graves carencias y limitaciones, consecuencia del esfuerzo bélico del siglo anterior: muertes, exilio, emigración masiva, empobrecimiento y en un proceso profundo de postración y decadencia. En resumen, sobre una sociedad inerme.

La vitalidad de la sociedad que vive en el territorio de la actual “Alta Navarra” comenzó a renacer en los años 60 del pasado siglo y durante los últimos años de la vida del dictador Franco daba importantes signos de fortaleza e inconformismo. Tras su muerte, en cama, la maquinaria de integración puso sus motores al máximo de revoluciones. Se aprovechó también de los favores que sus “enemigos” les ofrecían en bandeja. Como ejemplo fundamental tenemos la famosa disposición “Transitoria Cuarta” de la Constitución española. El planteamiento de “incorporación de ‘Navarra’ a ‘Euskadi’” no se podía haber hecho de forma más torpe, suponiendo que lo hubieran redactado quienes pretendían la unificación e independencia de Vasconia.

La simple pretensión de “incorporar” la parte simbólica, política, territorial, histórica y, hasta muy poco tiempo atrás, demográficamente más importante del país, el “reino”, al resto del país, hasta ese momento denominado como “las Provincias”, resultaba un planteamiento, cuando menos, poco oportuno y con nulas posibilidades de prosperar en el territorio sudpirenáico denominado como Navarra. Todo ello, además bajo un nombre, Euzkadi, rechazado casi desde su invención por Arana Goiri, por personlidades como Arturo Campión. En este sentido conviene recordar sus artículos publicados en la Revista Internacional de Estudios Vascos en 1907.

Navarra ha sido la única organización política independiente y soberana de Vasconia, ha sido realmente el “Estado de los vascos”. Euskal Herria es la denominación del país, como pueblo, en relación con su lengua y cultura, pero su nombre político es Navarra. Resulta muy triste que las más altas instancias de la parte occidental de nuestro país, conocido históricamente como “Vascongadas” y hoy como CAV, cuando desde España se les afirma que “los vascos nunca han tenido un Estado”, callen. ¿No lo saben? ¿no quieren saberlo? ¿no les interesa?. La primera opción tiene fácil arreglo: accedan una visión más rigurosa de nuestra historia; la segunda y la tercera tienen más trascendencia y llevan a pensar, sin malicia, que la independencia del país, su acceso a sujeto político a nivel internacional, como Italia, Portugal u Holanda, no les interesa. Y eso, en mi opinión, es muy grave.

Los actuales regimenes políticos español y francés están basados, entre otros factores, en la conquista y ocupación de las naciones que hoy están dentro de sus fronteras: Occitania, Catalunya, Bretaña, Córcega, Vasconia... han sido conquistadas en diversos y complejos procesos históricos que no es el momento de evocar aquí. Únicamente recordaremos el último episodio de la conquista de la Navarra sudpirenáica por Castilla-España, cuyo 500 aniversario se conmemorará en 2012.

En resumen, Navarra es un paradigma capaz de explicar y permitirnos la comprensión de muchos hechos que son realidades actualmente. En este sentido se pueden aportar como consideraciones importantes:

1.- Sin la existencia del reino de Navarra es muy probable que el Sistema foral vasco, tal y como se presentaba a finales del siglo XVIII, no hubiera existido o lo hubiera hecho de forma diferente y empobrecida.

2.- La presencia del reino permitió el mantenimiento de una sociedad vasca viva y con un fuerte sentido de pertenencia, prevaleciendo sobre las fronteras impuestas por las monarquías española y francesa primero y los estados español y francés más tarde; sociedad y pueblo reconocidos en cualquier instancia internacional, tanto científica como cultural, social e incluso política.

3.- El euskera como lengua viva, también con gran probabilidad, no hubiera superado el tránsito a la modernidad sin la existencia del Estado navarro. Sirva como ejemplo la traducción del Nuevo Testamento al euskera encargado por la reina de Navarra Juana de Albret en 1571 a "Jean de Liçarrague de Briscous" (Ioannes Leizarraga).

4.- Parece difícil que sin la existencia histórica de Navarra, como entidad política independiente, Arana Goiri hubiera establecido su planteamiento político nacional con la radicalidad que lo hizo. Asímismo pienso también que es muy probable que sin Arana Goiri no se hubiera llegado a concretar el paradigma navarro con la profundidad que se realiza actualmente.

Navarra, además, opino que nos permite plantear la perspectiva próxima de la realidad de un Estado vasco como instrumento que constituya, por una parte, la vía democrática para la normalización política de nuestra sociedad y para que, por otra, nuestro pueblo acceda a ser sujeto político en Europa y en el mundo. Y que, de este modo, a través del desarrollo pleno de sus potencialidades, pueda colaborar a la construcción de un planeta justo,sostenible y solidario.

06 octubre 2007

NECESITAMOS UN GPS MÁS PRECISO

La histeria que la “hoja de ruta” marcada por Ibarretxe ha desatado en la familia hispana no debería sorprendernos. El nacionalismo español es montaraz, agreste, con querencias a la “asonada”, al golpe de mano, para reconducir las aguas a su cauce. En el Estado español no hay más nación que España, el resto es... silencio.

Los vascos de 2007 vivimos en una situación esquizofrénica por muchas razones. Intentar aclarar cuales son los caminos, tortuosos, violentos y entrecruzados, que nos han conducido al estado actual requiere de un GPS muy preciso. Y ese GPS no puede ser exclusivamente “sincrónico”, es decir basado en un análisis de la situación actual, retrocediendo como mucho a la etapa de la llamada transición (1975-80), sino que debe abarcar en su conjunto la raíz de lo que se conoce como “problema vasco”. Debe incorporar un análisis del largo proceso que desde el siglo XII nos ha conducido al presente.

Si se reconoce que dicho problema es de índole “nacional”, será necesario definir cual es el sujeto de esa “nación”. Es claro que los problemas nacionales surgen cuando una nación es avasallada (conquistada, ocupada etc.) por otra. Normalmente esa relación asimétrica produce la destrucción de la organización propia de la nación sometida, provoca la sustitución, brusca o paulatina, de sus instituciones por las de la dominante. En esas condiciones, ¿se puede admitir como justo el marco “nacional” que define para la “nación dominada” su ocupante?, ¿se puede considerar como “democrática” la estructura jurídico política impuesta, sin el reconocimiento en situación de libertad, por el dominado?

Pienso que considerar como “democrático” el estatus de la dominación y los marcos administrativos determinados por ella es una concesión “no democrática”. Me explico: los derechos de una nación sometida que siempre han sido reivindicados y por los que permanentemente ha luchado, constituyen realmente la “democracia” y, además, no prescriben. Creo que el resto es imperialismo.

En nuestro caso el conflicto profundo procede de algo que los dirigentes de la actual CAV ocultan o pretenden ignorar. Los vascos sí hemos tenido un Estado independiente que fue el reino de Navarra. Cuando en el congreso de los Diputados de España se lo negaron a Ibarretxe al presentar su famoso “Plan”, éste calló, con lo que reconoció implícitamente uno de los supuestos de la nación dominante: afirmar que nunca hemos sido independientes ni existido con personalidad internacional propia ni, por consiguiente, hemos podido ser conquistados.

Precisamente si hoy en día se manifiesta en nuestro pueblo una conciencia nacional con capacidad suficiente para exigir el ejercicio de su poder a través del logro de un Estado propio, es porque éste ha existido durante muchos siglos y ha dejado sus huellas, que en el fondo son elementos constitutivos, a través de su propio modo de asociación y organización, que se ha concretado en las épocas moderna y contemporánea en su cultura jurídico-política propia o Sistema Foral, y permanentemente, en su lengua propia, el euskera.

Una nación dominada no puede sentar sus reivindicaciones exclusivamente en la “legalidad” impuesta y en “no molestar” a sus acólitos. Una nación dominada ha de contar con sus propias fuerzas y las debe organizar para llevar la confrontación al plano real, a la relación de fuerzas sociales. La resolución del conflicto en el nivel institucional es algo que será derivado del anterior. La perspectiva institucional, reitero impuesta, normalmente no es resolutiva, simplemente recoge los frutos de la confrontación en el primer nivel.

Todo lo anterior viene a cuento de un artículo escrito por Ramón Zallo (“Hoja de ruta... con GPS”) publicado por varios medios de comunicación de nuestro país. Con él estoy de acuerdo en algunas cuestiones: en la perspectiva de nuestra realidad postindustrial como sociedad del “conocimiento” y sus requerimientos a nivel internacional y en la exposición de las que el autor denomina como “vías agotadas”, resumidas en el “Pacto de Ajuria Enea”, la “vía Ardanza”, la “pista de Lizarra” o la “tregua con doble mesa” que son, en el fondo y según mi criterio, resultados de una vía estatutaria sometida al sistema unitario.

No estoy de acuerdo con otras. Por ejemplo, con la consideración de que el actual sistema político español corresponde a una “democracia de baja intensidad”. Por el contrario, creo que la perspectiva, reflejada en su Constitución de 1978, de que la soberanía reside en el “conjunto de la nación española” en la que forzosamente nos incluyen, junto con catalanes y gallegos; más bien la invalida como democrática; ni de “alta”, ni de “baja” intensidad.

Tampoco estoy de acuerdo en considerar que “nuestra nación” tiene sus mugas en el actual territorio de la CAV, ni que Ibarretxe sea el “lehendakari” de los vascos. Ibarretxe es el presidente de una Comunidad Autónoma del Reino de España que se rige por un sistema político impuesto y, por lo mismo, no democrático y que, además, no abarca al conjunto de los vascos. Lo que, aun relativizando su valor, no se lo niega en absoluto, sobre todo considerando la virulenta reacción de los paladines de las esencias hispanas ante su propuesta.

No creo que Zallo mencione la fuerza que una sociedad dominada, con conciencia y capacidad de movilización, es capaz de ejercer para lograr su emancipación. El problema fundamental consiste en que no es sólo Zallo quien lo olvida, sino que también lo hacen los partidos que hoy se presentan como las “únicas alternativas” para alcanzar una solución a nuestro conflicto.

Opino que nuestro GPS debe tener más precisión. El indicado por Zallo se aproxima al núcleo, pero pienso que no lo desvela con suficiente profundidad. El hecho nacional vasco no puede supeditarse a las estructuras jurídico-políticas impuestas por las potencias dominantes y su solución, sin olvidarlas, debe retomar el conflicto desde su raíz. A todos nos corresponde obrar en consecuencia.

03 septiembre 2007

PUEBLO Y PODER

Pueblo y poder, dos cuestiones apasionantes donde las haya, más si van unidas por la copulativa “y”. Cuestiones apasionantes y comprometidas, sobre todo cuando no se pretende hacer un análisis “al uso académico” de los conceptos, sino proporcionar una visión personal y práctica de los mismos, realizada desde el interior mismo del conflicto en que ambos y su relación próxima expresan realidades asimétricas de dominio y de control. Tal es la tarea que se ha propuesto Joseba Ariznabarreta en su último libro “Pueblo y poder” (Zarautz 2007).

La trama del libro se desarrolla según un esquema, en mi opinión, bastante lógico y didáctico. Comienza por la definición de “poder”: “...Denominamos poder a la actividad sostenida de un determinado pueblo en la consecución de sus objetivos. Tal potencia sólo puede ser percibida en acto, en el ejercicio de la misma. Un poder que no se ejerce es un absurdo, una ‘contradictio in terminis’” (página 30)

Sigue por la propia definición de “pueblo”. Ariznabarreta afirma sin ambages que puede haber muchos modos de expresar qué es un pueblo pero que la prueba definitiva, como el viejo Karl Marx decía del flan, es “comérselo”; esto es: “...examinar el acto por el que un pueblo es un pueblo...” y, a continuación,: “...el pueblo, cualquier pueblo, afirma su existencia mediante el ejercicio efectivo del poder –estable o precario, legítimo o ilegítimo- sobre un territorio determinado. El poder no es una característica o propiedad que junto a otras define a un pueblo, sino su constitutivo esencial, lo que le confiere inmediata realidad.” (páginas 35-36), de modo que, según el autor, cuando un grupo humano resigna ese poder inmediatamente deja de ser “pueblo”.

Se podría discutir la importancia del territorio, por lo menos entendido como permanente (cosa que no dice el autor), ya que creo que existen pueblos, como el gitano u otros pueblos nómadas, en los que sí se produce la afirmación y el ejercicio del poder, pero en los que el territorio estable es, en cierto modo, fugaz y secundario.

En cualquier caso, me parece acertado no entrar en el relato de características “objetivas” (lengua, costumbres o cultura en general), sino ir directamente al meollo del asunto, a la capacidad de ejercer como tal, de ser “pueblo”, sobre todo frente a los “otros”, sin proponer definiciones de tipo intelectual, que no son capaces de abarcar su ser en profundidad.

Puede parecer, en cierto modo y desde el punto de vista de la lógica formal, un razonamiento circular, ya que en ambos conceptos el autor utiliza el otro para su definición. No obstante, pienso que del contenido del libro se desprende más bien una perspectiva dialéctica en la que ambos cobran un contenido más profundo, en el ejercicio práctico de su vínculo interno, en las relaciones con los “otros” pueblos.

El siguiente punto del esquema planteado por Ariznabarreta trata de un aspecto que, desde mi punto de vista, parece que el autor lo tiene muy claro y yo no tanto. Me explico: el autor distingue entre sociedades “primitivas”, a las que designa como “indivisas” y sociedades desarrolladas o “escindidas”.

Vayamos por partes: el autor considera que existió una etapa en el desarrollo de las sociedades humanas en las que el poder que los pueblos ejercían era “hacia dentro” de sus propias sociedades y que no tenía como fin la explotación de unos grupos por otros, sino simplemente lograr la cohesión de su conjunto. No soy ni antropólogo ni etnólogo; pienso que bien pudo haber sucedido de la forma cómo nos relata Ariznabarreta, pero creo que se debería dejar una puerta abierta a ulteriores investigaciones y a pensar que en aquellas sociedades también se pudo ejercer “poder” de unas facciones sobre otras. El autor contrapone este tipo de sociedades a las “civilizadas” o “escindidas” en las que un sector utiliza el poder para la dominación de otros del propio grupo. En las sociedades de este segundo modelo, dentro del mismo pueblo se produce ya la clara oposición interna entre quienes detentan el poder y quienes son sujetos pasivos del mismo. Tal “poder” evolucionará hacia el enfrentamiento con otros pueblos y, al final, conducirá al imperialismo.

Al margen del juicio sobre la existencia de un “estado general” primitivo de los pueblos como “sociedades indivisas”, creo que la transición de una sociedad del tipo que el autor designa como “indivisa” a “escindida” debe ser explicada. En mi opinión, según lo que he podido asimilar de mis lecturas y de otros pensamientos recibidos, un punto de inflexión importante se produce con la llamada “revolución neolítica”. El surgimiento de la domesticación de determinados animales y, principalmente, de la agricultura conduce al paso de unas poblaciones cazadoras-recolectoras, básicamente nómadas, a otras sedentarias y al surgimiento de la ciudades. Todo ello constituye una revolución tecnológica y un cambio de modelo asociativo, ambos de primer orden, que implican una cantidad importante de problemas, por supuesto de supervivencia, derivados del crecimiento demográfico, pero sobre todo de control del “excedente” producido gracias a los mismos, necesarios de resolver. Y pienso que es en esta situación cuando surgen las sociedades “escindidas” y todas las consecuencias derivadas que cita Ariznabarreta.

Pienso que en este sentido son muy interesantes las reflexiones que plantea en su clásico “Comunidad y asociación” Ferdinand Tönnies (Barcelona 1979, Ediciones Península) en las que presenta las diferencias entre las sociedades organizadas, basadas en la instrumentalidad y la razón, y las comunidades fundamentales, basadas en el afecto y la emoción.

Antes de analizar las características del poder en las sociedades “escindidas”, Ariznabarreta nos propone una importante distinción entre lo que se conoce como “poder tecnológico” frente a “poder social”. El primero incluye las capacidades científicas y técnicas que permiten a la humanidad “dominar” (término utilizado en la cultura judeo-cristiana) a la “naturaleza”, concebida como realidad “externa” a la sociedad humana. El autor, tras constatar tal distinción, no entra en su análisis, sino que se centra exclusivamente en el “poder social”. Desde mi punto de vista, en las actuales “sociedades de la información” no se puede desdeñar el importantísimo papel que juega el “poder tecnológico”, sobre todo el de las “tecnologías de la información y las comunicaciones”. Sirva Internet como ejemplo fundamental.

A continuación, ya dentro del análisis del “poder social”, el autor distingue la clásica diferenciación entre “poder económico”, “poder ideológico” y “poder social”. Hay muchos autores (Michael Mann, por ejemplo, en “Las fuentes del poder social I”, Madrid 1986, Alianza Universidad) que añaden el “poder militar”. En la lógica de Ariznabarreta, que prima el (poder) “social” sobre el “económico” y el “ideológico”, queda muy clara la indistinción entre “poder social” y “poder militar”. Creo no equivocarme al pensar que el autor interpreta la frase atribuida a Von Clausewitz de que “la política es la guerra seguida por otros medios”, también en su sentido inverso como que “la guerra es la política seguida por otros medios”. En cualquier caso asimila “poder social” a “poder político”.

En la obra de Ariznabarreta hay una asociación constante entre la violencia y el poder. La violencia, para el autor, es un continuo entre su uso mas descarnado, como sería la guerra, y su expresión “amable” como amenaza de quien detenta el poder sobre quienes se muestran “rebeldes” al mismo, y que se expresa en intimidaciones, multas, juicios, prisión etc.

Un aspecto importante del libro comentado consiste en la reflexión que efectúa sobre la necesidad de legitimación que tiene cualquier poder constituido, sobre todo en las “sociedades escindidas”. Es evidente que la “sola violencia” no es suficiente para legitimar una situación de “poder social”. Serían necesarios ingentes efectivos de control que, al final, provocarían, según mi opinión, tales desajustes globales que llevarían al colapso social. Aquí el autor reflexiona, pienso que con buen criterio, sobre los medios “tranquilos”, como son la propaganda, el “consenso” y, en general, el “ocultamiento” de los métodos violentos de represión.

En este punto de la exposición, opino que puede ser interesante considerar la “solidaridad nacional”, efecto objetivo de la dominación imperial-colonial sobre las naciones sometidas y sus beneficios derivados, que un estado constituido puede ofrecer, y de hecho ofrece si es imperialista, a sus connacionales sin más contraprestación que el reconocimiento de su “legitimidad”.

Resulta de gran interés la reflexión que realiza el autor sobre “el estado”. Recuerda aquella famosa y clásica frase de “El nuevo Ídolo”, en “Así hablaba Zaratustra”, de Friedrich Nietzsche:

“Voy a hablaros de la muerte de los pueblos. De todos los monstruos fríos el más frío es el estado. Miente fríamente y he aquí la mentira que sale de su boca: ’Yo, el estado, soy el pueblo’ ¡Mentira!...”

Ariznabarreta considera que el estado ha sido la gran desgracia que le ha acontecido a la humanidad. Lo cual pienso que puede ser verdad, pero lo que también es cierto es que está ahí, y él lo reconoce, y eso exige que cualquier pueblo que quiera sobrevivir en nuestro mundo necesita tener el suyo y eso también lo expresa claramente el autor. Estimo que son dos niveles de análisis distintos: el segundo expresa una necesidad imperiosa para Vasconia, o para cualquier otro pueblo sometido, en los umbrales del siglo XXI, de “disfrutar” de su propio estado; mientras que el primero se debe plantear cronológicamente después y en solidaridad con el resto de sociedades del mundo. En cualquier caso es positivo el tenerlo siempre presente, aunque sólo sea como alarma frente a la tiranía y el totalitarismo.

Muy incisivo, concreto y acertado resulta el análisis del autor sobre la “práctica política” en nuestro país en los últimos tiempos, desde la etapa de la segunda república española, pasando por la guerra de 1936 y el franquismo, para llegar a la denominada “transición” y a la situación actual. En este punto pienso que siempre hay que distinguir entre quienes toman unas decisiones políticas, los dirigentes, y quienes son su base social. En cualquier sociedad del mundo las adhesiones y apoyos del “pueblo llano” se producen más por actos simbólicos que racionales o intelectuales. En consecuencia, cargar toda la culpa del desastroso proceso que llevaron a cabo los dirigentes de un determinado partido (Pnv, por ejemplo) a “todo” el partido tiene un riesgo evidente y grave: que esa adhesión afectiva y simbólica se sobreponga al análisis racional y que logre el enfrentamiento de sus bases con quienes podemos pensar en lo funesto de su política o, mejor, en la carencia de una política propia. Y, ya es sabido, quien no tiene política o estrategia propias sucumbe indefectiblemente a las de sus contrarios.

Me parecen muy acertados y sugerentes los “cuadernos”, que es como el autor denomina a los “capítulos” de su obra, dedicados al imperialismo y al totalitarismo con los que se cierra el núcleo teórico de la obra comentada.

Un asunto que creo que ha sido y sigue siendo discutible es el papel que Ariznabarreta, siguiendo un posición tradicional en el denominado “nacionalismo vasco”, asigna a la romanización de nuestro pueblo. Pienso que no es real la asimilación que hace de lo “vasco/vascón” a lo “bárbaro”. Los vascos fuimos efectivamente romanizados, pero a un nivel que no supuso la asimilación lingüística, aunque sí hubo préstamos nominales y, tal vez, sintácticos a nuestra lengua; pero también existieron a la inversa. En este sentido, la estructura política principal de los vascos, el reino de Pamplona-Navarra para justificar su legitimidad histórica se basaba en la organización romana (“Códice de Roda”, de 992, citado por Tomás Urzainqui en “Navarra Estado europeo” Pamplona 2003, Pamiela, en su página 137 y siguientes) y muy poco en los visigodos que, por el contrario, dieron soporte ideológico al estado unitario e imperialista leonés y, posteriormente, castellano. Como parece que se ha demostrado tras los reciente descubrimientos de Iruñea-Veleia, sus habitantes seguían siendo euskaldunes, aunque romanizados en costumbres y técnicas.

En todo caso la originalidad del “caso vasco”, con una instalación estable, posiblemente desde el Paleolítico, en el contexto pirenaico y con una profunda adaptación “ecológica” a su entorno físico y biológico que le lleva a la generación de un modo de organización y asociación propio, concretado en el denominado por muchos autores como Derecho Pirenaico”, le otorga unos atributos muy distintos de los que caracterizan a los pueblos “invasores”, procedentes de lo que hoy es la Europa oriental o del Asia central, esos sí, calificados por los romanos como “bárbaros”.

Hay hechos históricos que han tenido mucha importancia sobre nuestro pueblo y que no se citan en el libro. Uno, directo, es el papel de los celtas; otros, indirectos, a través del imperio español, como son las denominadas en su propaganda como “reconquista” y “guerra de la Independencia”. Y, por supuesto no se puede olvidar tampoco, el papel del imperio americano.

Una cuestión en la que el libro me parece confuso es el tratamiento a dado a los textos originales citados en el mismo. Por un lado, en el prólogo, el autor indica que “las citas en inglés no tienen otra finalidad que la de evitar que el lector tenga que confiar en mis pobres dotes de traductor...”. Muchas de las citas en inglés, comenzando por la de la página 25 sobre la “Resolución de Naciones Unidas de 14 de diciembre de 1960”, que se encuentra en menos de dos minutos a través de cualquier buscador en la red en su versión en español, se podían haber evitado. Efectivamente:

“Todos los pueblos tienen el derecho de libre determinación; en virtud de este derecho, determinan libremente su condición política y persiguen libremente su desarrollo económico, social y cultural.”

Para el lector medio tales citas suponen una fuerte traba en la lectura y comprensión del texto. En este sentido, en diversos casos existen traducciones al español de las obras citadas. Así, por ejemplo, en la página 278 cita, y traduce perfectamente, de una obra de Perry Anderson (“Lineages of the Absolutist State”) un párrafo, mientras que en la 280 cita otro, próximo al anterior, pero aquí sin traducir, cuando existe una versión en español de dicha obra: “El Estado absolutista” (Madrid 1979, Siglo XXI, páginas 56 y 60) en la que se encuentran ambas.

Semejante cuestión sucede con la cita en inglés, en la página 221, del abate Sieyes, de una obra de la que existe traducción directa del francés al español: “El tercer estado y otros escritos de 1789”. (Madrid 1991, Espasa Calpe) en la que la cita se encuentra en su página 212. También aparecen demasiados textos en latín, que para los lectores que no conocen en absoluto esta lengua clásica, resultan difíciles y, que al igual que los ingleses, pueden provocar rechazo y posiblemente, el abandono de su lectura. El “exceso” de notas a pie de página puede producir pavor, así mismo, a lectores no familiarizados con textos académicos. Hubiera sido preferible, en mi opinión, agruparlas al final para permitir una lectura más fluida a quien no busca el aparato crítico. Me parece un libro de lectura apropiada para personas habitualmente acostumbradas a obras sociológicas, políticas o históricas y no únicamente a “best sellers”.

Pienso que la obra es muy interesante y sugestiva. Aporta mucho de lo que el autor indica en su subtítulo “Cuadernos para la reconstrucción de la razón” (“razón política”, añadiría yo), de los que tan carentes estamos desde hace ya mucho tiempo. Puede servir de base para un debate intelectual serio sobre nuestra triste realidad actual, en la que dicha “razón política” parece brillar por su ausencia.

Lo considero como libro de lectura obligada para quienes estén interesados en la evolución política de Euskal Herria y sus perspectivas en nuestra conflictiva realidad actual y, sobre todo, para aquellas personas que consideran que nuestro presente y futuro próximo se encuentran asociados a la (re)construcción del único estado que hemos tenido los vascos: Navarra.

29 agosto 2007

CÓMO DIVULGAR (BIEN) LA SELECCIÓN NATURAL

La teoría de la evolución de los seres vivos es evidentemente anterior a Charles Darwin. Sin apartarnos de su familia, su abuelo Erasmus ya planteó una aproximación bastante seria a la misma. El principal aporte previo a Darwin lo constituye el del naturalista francés de principios del siglo XIX Jean-Baptiste Lamark.

Para cuando entre los años 1831 y 1836, Darwin realizó el viaje en torno al mundo, viaje que marcaría su destino y el de la Biología como ciencia, en el Beagle, la evolución de los seres vivos era un dato adquirido para una parte importante de los ámbitos científicos.

La gran aportación de Darwin fue la del descubrimiento del “modo” por el cual se produce la evolución, del mecanismo que posibilita que tal hecho ocurra y, en resumen, el que se pueda explicar de forma natural, sin intervención de ningún diseñador externo, la asombrosa variedad de especies que han existido o existen en nuestro Planeta.

Este mecanismo se conoce como “selección natural”. Consiste, aproximadamente, en que cuando un ser vivo sufre una “variación” con relación al resto de los de su especie, si esa alteración es acorde con el entorno en el que vive, está mejor adaptada al mismo, o le permite tener una mayor descendencia con posibilidades de sobrevivir, tal modificación se extenderá en la población de esa especie. Si por el contrario, la “variación” limita sus posibilidades de vida o de reproducción, tal modificación desaparecerá.

Ha habido mucha confusión entre la “selección natural” de Darwin y la “lucha por la existencia” y la “supervivencia de los más aptos”, sobre todo en el ámbito social, con teorías como la de Herbert Spencer a finales del siglo XIX y comienzos del XX. Los conflictos en la naturaleza, sobre todo los que suceden entre los predadores y sus presas, no están sometidos a ninguna ética y pueden parecer, si se me permite el símil antropomórfico “crueles”. Estas cuestiones rozan la “selección natural”, pero no forman su constituyente fundamental.

En efecto, las gacelas tienden a huir de los leones. Generaciones de gacelas corriendo delante de los leones han producido unos animales que, evidentemente, son muy rápidos. El proceso de selección natural no se produce por el hecho de la “brutalidad” (vuelvo al símil antropomórfico) que supone el destrozo de la gacela cazada por el león. La gacela que tenga una variante que le permita correr más y mejor, vivirá más, se apareará más y dejará más descendencia. Su variación habrá sido “adaptativa” y perdurará en su especie. El resultado final es que las gacelas que existen hoy en día... son muy rápidas. Las modificaciones que, en sentido contrario, producen individuos menos adaptados para el entorno de su grupo no prosperan por la misma razón.

Lo que desconocía Darwin era el mecanismo interno que permitía las variaciones, luego llamadas “mutaciones”, y su propagación en la descendencia de los individuos portadores. El mecanismo lo descubrió, en su misma época, un monje agustino centroeuropeo llamado Gregor Mendel. A pesar de ser contemporáneos, Darwin y Mendel se desconocieron; pero la síntesis de ambos planteamientos posibilitó en el siglo XX formar el cuerpo teórico que permitió elevar la Biología a la categoría de Ciencia en el mismo sentido que Copérnico; Galileo y Newton lo hicieron para las ciencias físicas en los siglos XVI y XVII.

Si a estas alturas del artículo queda todavía algún lector con interés en seguir, le indicaré que las breves reflexiones anteriores han sido provocadas por la lectura de un libro que me ha parecido una excelente divulgación de las teorías de la “evolución” y de la “selección natural”. Divulgación muy necesaria, sobre todo a día de hoy en que se escuchan muchas voces que ponen en duda, sin ningún fundamento, los planteamientos de Darwin y de quienes se reclaman de su pensamiento, para volver a posiciones en las que se precisa la intervención de una mente “diseñadora” en cada paso del proceso “evolutivo”. Por no hablar del movimiento “creacionista” que, sobre todo en Estados Unidos, reclama la realidad científica de la creación directa del mundo por Dios, según lo narra el libro del Génesis.

La obra en cuestión se titula “Darwin y el Diseño Inteligente. Creacionismo, Cristianismo y Evolución” (Madrid 2007). Su autor es un eminente biólogo, el profesor Francisco J. Ayala, actualmente profesor del departamento de Ecología y Biología Evolutiva de la Universidad de California, en Irving. Está publicado por Alianza Editorial.

El libro me ha parecido una de las mejores aproximaciones divulgativas que conozco a este asunto. Lo he leído con sumo interés y, espero, provecho. Tal vez parezca muy osado hacer de “divulgador” de un asunto en el que no soy especialista, pero precisamente por eso, por no serlo, lo he agradecido mucho y lo quiero compartir. Sirvan estas líneas para “divulgar al divulgador”; por cierto divulgador de primer orden, que es Francisco J. Ayala.

27 agosto 2007

MÚSICA Y POLÍTICA

La Quincena Musical constituye la cúspide de los eventos musicales que a lo largo de cada año acontecen en Donostia. El pasado jueves 23 de agosto asistí a un recital de la soprano fiterana María Bayo, incluido en su programación.

Cuando, hace meses, se presentó el programa general y encontré su intervención no dudé en el interés del concierto. En la presentación aparecía, textual y exclusivamente: “obras de G. Bizet, H. Berlioz y selección de zarzuela”.

Una persona amiga, ya me había indicado desde Bilbao sobre la precariedad del programa que María Bayo realizaba en esta temporada. Y, además, de su sesgo político. También conocía algunas críticas desde Catalunya, concretamente del festival de Perelada.

Al llegar al auditorio Kursaal y leer el programa completo, intuí una primera parte interesante y una segunda, en cierto modo, “folklórica”. En efecto, la primera obra del programa era la superclásica, en todos los sentidos del término, “Sinfonía en Do Menor” de George Bizet con orquesta limpia, sin voz. Una preciosidad.

A continuación, dos obras de Berlioz, ahora sí, con María Bayo. La primera, una exquisita aria de la ópera “Béatrice et Bénedict”, creo que maravillosamente cantada; la segunda, un Bolero de “Zaide” que encaja a la perfección en lo que se conoce habitualmente como “españolada” y que, aunque no soy crítico musical sino un simple aficionado, me pareció muy pobre.

En mi opinión, la segunda parte del recital ofreció también un escaso balance, sobre todo desde el punto de vista de la programación seleccionada. La piezas orquestales de Jerónimo Giménez insertas en la primera línea del nacionalismo musical español del siglo XX, los intermedios de “Las Bodas” y “El Baile de Luís Alonso” respectivamente, son fragmentos de una buena factura y agradables de escuchar. Por el contrario, la música de la Obertura de “La Marsellesa” de Ruperto Chapí me pareció fuera de lugar. Obligar al público donostiarra al trágala que supone el escuchar el himno nacional francés y uno de sus cánticos emblemáticos como es el: “Ah ça ira, ça ira, ça ira...” en una pobre orquestación, es muy triste. Por lo que corresponde a las obras cantadas en esta segunda parte... demasiado “folklore” (en el peor sentido de la palabra) también. Posiblemente con la excepción cubana de “Cecilia Valdés”.

Sobre este concierto se me ocurren dos reflexiones que se superponen. Una, puramente musical, en la que aprecio un programa que desmerece tanto de la propia María Bayo, como de la Quincena Musical de Donostia. En este sentido recuerdo un precioso recital en el Victoria Eugenia en el que interpretó los “Cuatro líeder” de Richard Strauss; difícilmente olvidaré la primera ópera que le escuché en el Arriaga bilbaíno, “El Barbero de Sevilla”, y tantas otras a lo largo de su carrera. Recuerdo, también, un recital en el Baluarte de Iruñea con música de zarzuela del siglo XVIII, música española también pero alejada de ese género seudofolklórico que se ha denominado como “españolada”; y bastantes otras.

Cuando se prepara un programa musical no se puede hacer abstracción de la realidad social y política en la que se va a producir el evento. La música española me puede gustar igual que la italiana, checa o vasca, siempre que sea buena. Pero cuando se propone un programa mediocre, y esta es la segunda reflexión, en la que en la actual situación de Vasconia lo único que se enaltece es el nacionalismo, a través de las ya citadas “españoladas”... pues qué quieren que les diga: no me gusta. Y, además, me parece una provocación gratuita.

25 agosto 2007

LEWIS MUMFORD

Acabo de terminar la lectura de un libro, muy largo, que me ha parecido genial de principio a fin. Lo he leído en su edición francesa aunque la original es en inglés y desconozco si hay edición en español. Se trata de “The City in History” (”La cité à travers l’histoire”) de Lewis Mumford.

Es un libro de casi 800 páginas en la que el autor hace un recorrido erudito, serio y muy ameno, sobre esa institución básica para las sociedades humanas, por lo menos desde el Neolítico, que es “la ciudad”.

La obra transcurre por fases diversas. El estudio de las ciudades antiguas (egipcias, mesopotámicas etc.) y clásicas (griegas y romanas) resulta muy instructivo y profundo, sin dejar de ser atractivo en todo momento. Su acceso al medioevo no sólo sigue siendo de gran interés, sino que cada vez se contempla como más próximo a nuestra realidad actual, y el autor no lo oculta. En la ciudad medieval se perfilan ya muchos de los caracteres de la moderna.

Mumford da el salto al Renacimiento y al Barroco con una todavía más clara perspectiva de la realidad “presente” (en este sentido hay que considerar que el libro fue escrito en 1965). Su planteamiento de la organización urbana en ambas etapas está hecho de un modo particularmente didáctico con referencias, por supuesto también fotográficas, a tramas urbanas que hoy siguen existiendo (sirve Washington como ejemplo), o a ciudades diseñadas en etapas más recientes pero inspiradas en su visión.

Cuando Mumford se adentra en la realidad “carbonífera”, es decir la de la “revolución industrial” (siglo XIX) y en todos los problemas relacionados con la energía y el transporte propios del XX… no tiene desperdicio. Es de una actualidad increíble, sobre todo pensando en la fecha de su escritura.

Su punto de vista está muy relacionado con la forma de concebir las relaciones humanas y urbanas planteada por los anarquistas clásicos (Kropotkin, desde el pensamiento social o Howard, desde el urbanístico, con su Idea de “ciudad jardín” por ejemplo), pero también de los urbanistas canónicos más importantes y clásicos del siglo XX, como Le Corbusier.

Su perspectiva humana y de una ecología seria y profunda se adelanta en más de 30 años a posiciones que hoy, con razón, pasan por “modernas” y “progresistas”.

La obra merecería un estudio profundo y serio, para el que no dispongo de tiempo ni me siento capacitado. En la web he encontrado una tesis doctoral en español dedicada a nuestro personaje y también me parece de gran interés.

En resumen, se trata, en mi opinión, de un clásico de la literatura sociológica de primera fila. Altamente recomendable para los interesados en la evolución actual de la sociedad humana y sus perspectivas ¿de futuro?

Publicado en Alenarte:

05 agosto 2007

REFLEXIONES TRAS LA RESACA

Tras los acontecimientos políticos acaecidos en la última temporada en la CFN quisiera plantear, a quienes tengan la paciencia de leer este texto, las tres reflexiones siguientes:

Primera reflexión:

Como estaba cantado, en el caso de la CFN ha prevalecido el interés Nacional (así con mayúscula) y estratégico de los españoles sobre cualquier otra consideración de orden táctico (electoral o administrativo). El problema de la estabilidad de su nación, en la que nos incluyen sin remisión posible, y de su Estado, por lo menos tal y como ellos lo conciben, tiene como eslabones más débiles a los Países Catalanes y a Vasconia.

Los estrategas de España conocen perfectamente que el llamado “problema vasco” es, en su raíz, la “cuestión navarra”. La conquista de Navarra planea todavía como una etapa abierta, como una cuestión no resuelta definitivamente por su Estado. Aun permanece como una sociedad no asimilada. Y la temen.

Mal que bien pueden contemporizar con las veleidades “independentistas” de una ERC sin rumbo claro y, mucho mejor por supuesto, con todos aquellos cuya misión es “cautivar a España”, dentro de ella, también por supuesto. Con quien no pueden contemporizar es con una Navarra, máxima expresión política de los vascos, como Estado independiente en Europa. Conocen la potencialidad que este planteamiento conlleva y saben que el despertar de esa conciencia en toda Navarra conducirá a su emancipación.

Segunda:

Sufro cuando escucho a personas próximas (afectiva y políticamente) que desde la actual CAV se “compadecen” de los “pobrecitos navarricos”, cuando no simplemente “pasan” de ellos (que se lo guisen y se lo coman solicos). Parece que Navarra no va con ellos, que es otra galaxia.

Este planteamiento me parece irresponsable en la mente de cualquier persona que sienta realmente a Vasconia y considere a Euskal Herria como su patria, de cualquier bizkaitarra discípulo de Arana Goiri. Aunque ellos opinen que Navarra es, simplemente, un “herrialde” más.

Cuando nuestras potencias ocupantes conocen perfectamente el alcance de la “cuestión navarra” parece imperdonable la ignorancia que manifiestan en su casi totalidad quienes pretenden constituir la actual “clase política vasca”. La verdad es que, muchas veces, el escucharles me genera malestar y me rebelo cuando oigo aquiescencias propias a las afirmaciones españolas de que “los vascos nunca habéis sido independientes”, o que “nunca habéis tenido un Estado”.

Quienes vemos a Navarra como la estructura política internacional futura de los vascos en Europa y el mundo en general, lo hacemos pensando en la necesidad que tenemos como pueblo, como sociedad, de un Estado independiente. Lo necesitamos para sobrevivir, mantener y recrear nuestro patrimonio, y de ser sujeto en el mundo con nombre y apellidos propios.

Sabemos que la cultura política de nuestra sociedad fue fraguada por haber sido un reino (Estado) independiente, y también que su existencia permitió el mantenimiento de señas de identidad tan importantes como el euskera. Si hoy en día hay una voluntad política de independencia en Euskal Herria es porque existe esa cultura política forjada por la existencia histórica del Estado propio y de sus retazos posteriores manifestados a través del “Sistema Foral”. Arana Goiri bebió de esas fuentes, las asimiló en parte y las formuló políticamente, aunque de modo incompleto y descentrado, con gran mérito. Pienso que tan grande es el mismo que quienes reclamamos hoy el Estado navarro, posiblemente no lo haríamos de no haber existido previamente sus planteamientos.

Y tercera:

Me comentaban el pasado viernes 3 de agosto en Iruñea, desde posiciones de NaBai, que la decepción ante la postura del PsoE y de la situación creada, no tenía otra salida que la que supone alcanzar la “mayoría absoluta”. Con todo el respeto y admiración que me merecen creo que su forma de plantear la presente situación exige una puntualización.

Efectivamente, necesitamos de una “mayoría absoluta”, pero en el actual sistema político español, generado de la “transición”, se han hecho las cosas de manera que esto sea imposible. Por debajo de lo que aparece hoy en día como “política” existe una base, una capa, en la que se expresa la correlación de fuerzas sociales real. Lo que se conoce hoy como “política” es un pálido reflejo de la misma. Esa realidad de las fuerzas sociales en conflicto y su utilización con mejor o peor fortuna y voluntad según sus protagonistas, definió la Constitución española de 1978. Y sigue evolucionando y actuando en el presente.

Es cierto que necesitamos alcanzar esa “mayoría absoluta”. Es más, si supiéramos utilizar realmente la potencialidad social y política de nuestro pueblo, podríamos forzar a quienes nos controlan y dominan a cambiar esa otra “política” y sus (marcadas) reglas de juego. Pero para eso hay que hacer Política propia en un sentido profundo. Pienso que podemos alcanzar esa “mayoría” pero para ello hay que sentarse y analizar todas las posibilidades que nuestra sociedad presenta para erigirse en sujeto político y plantear la confrontación real en su nivel radical. Hay que debatir seria y democráticamente qué debemos hacer y cómo. Hay que definir una estrategia para salir de la crisis en la que estamos sumergidos. Sólo así creo que alcanzaremos esa “mayoría absoluta”. Como lo ha sido y se está manifestando en tantos otros lugares de Europa, desde Montenegro hasta Escocia.

Como aportación, pienso que el objetivo de nuestra (re)constitución en Estado independiente es el objetivo estratégico básico para la elaboración de una política democrática a la altura a de las necesidades del momento presente. Espero que las antecedentes reflexiones “tras la resaca”, contribuyan a la concreción de este debate.

18 julio 2007

DESDE MADRID

Escribo esta breve reflexión desde Madrid a donde he venido a pasar unos días para reencontrarme con viejos amigos y ver unas cuantas exposiciones, principalmente las de Van Gogh y Patinir.

Conozco la teoría, muchas veces la he expresado tanto en público como en privado, sobre el hecho de que los españoles consideran Navarra como “cuestión de Estado”, del suyo evidentemente. Las mentes que dirigen sus “think tanks” saben perfectamente que la “cuestión vasca” es, en su raíz, la “cuestión navarra”. Si no que se lo pregunten a una de sus principales figuras, Jaime Ignacio del Burgo.

Resulta interesante escuchar los comentarios que los medios de comunicación madrileños dedican a las largas y complicadas vicisitudes de la formación del gobierno de la Comunidad Foral. Y también muchos comentarios recogidos en la calle, emitidos por personas “de a pie” y expresados sin saber que están siendo oídos por otros.

El veto que los poderes reales del Estado español han marcado a la posibilidad que en “su” Comunidad Foral gobiernen personas que tienen el referente de la Vasconia histórica, de la “Navarra entera” o, dicho de una forma más común, de Euskal Herria, es porque constituye para ellos una osadía inaudita.

No es, evidentemente, que las fuerzas agrupadas tras Nafarroa Bai no sean “constitucionalistas españolas”, que no lo son, ni que propugnen en su programa la “independencia de Navarra”, que tampoco. Es, simplemente, que no pueden tolerar que en “su” Navarra puedan tener un mínimo control político elementos que otorguen una cierta “normalidad” a nuestra lengua y cultura y a nuestro patrimonio en general.

Esos mismos sectores en Catalunya pactan sin problemas con un partido que se autodefine como independentista y partidario de la constitución de un Estado catalán separado de España, Esquerra Republicana. Y no pasa nada.

En Navarra, en cambio, saben que en cuanto dejen de apretar el acelerador del vehículo que dirige la destrucción de nuestro patrimonio (lengua, cultura etc.) y la tergiversación de nuestra historia y memoria colectiva, van a explotar muchos anhelos forzosamente acallados. Saben que en cuanto nuestra sociedad pueda respirar, aunque sea poco, unos aires menos insanos, estará a un paso de recuperar su autoestima y, por lo mismo, de encontrar una vía, política necesariamente, que le conduzca a su emancipación.

La agobiante situación de estos últimos años debe terminar pronto y pienso que la referencia al Estado de Navarra como el futuro Estado de todos los vascos, del modo que ya lo fue históricamente a través del Reino de Navarra, ha de convertirse en el eje de la política para conseguir la normalidad para nuestro pueblo a nivel internacional: la consecución de nuestra independencia.

19 junio 2007

HABLANDO CON ESPAÑOLES

“Hitza hormaren kontra”, de Víctor Alexandre, es un libro didáctico de principio a fin. En el diálogo que expone, Fernando, su contrario español, utiliza todos los tópicos con que nos regala cotidianamente la “intelectualidad” hispana. En Víctor, todas las más elementales razones humanas y democráticas del valor de la autoestima, de la emancipación de las personas y sociedades adultas, en resumen: de la independencia.

En el año 1965 Julián Marías, discípulo de José Ortega y Gasset, publicó quince largos artículos en un periódico de Catalunya con el título común de “Consideración de Catalunya”; durante el siguiente año fueron editados como libro con el mismo título. Con seguridad era la primera aproximación que, tras la guerra de 1936-39, realizaba un intelectual español a la realidad catalana sin agresividad y con un talante de diálogo y comprensión. La perspectiva de Marías consistía obviamente en la imposibilidad de comprender la realidad catalana de forma distinta de la que supone su “pertenencia” a España, aun respetando su “hecho diferencial”, eso sí, como particularidad “regional”.

En 1967 un gran intelectual y político catalán, Maurici Serrahima, escribió y publicó, dentro de las limitaciones en cuanto a libertad de expresión propias de la época, una hermosísima respuesta a Julián Marías: “Realidad de Catalunya. Respuesta a Julián Marías”. En un libro sosegado, respetuoso y de gran rigor intelectual, Serrahima discute y rebate los planteamientos de Marías.

Hoy es otro tiempo, pero los prejuicios que flotan en el ambiente español con relación a la realidad catalana, y, también por supuesto, a la vasca siguen siendo semejantes. Víctor Alexandre ha “modernizado” el diálogo. Marías escribió su libro, Seharrima el suyo con sus respuestas y argumentos, pero, al mismo tiempo, ambos se cruzaron gran cantidad de cartas con este asunto como argumento. El libro de Víctor tiene la misma intención que la planteada en el diálogo Marías-Serrahima. Aquella correspondencia se realizó, obviamente, vía correo convencional. Hoy estamos en otra época y el correo electrónico campa a sus anchas y ha arrinconado al clásico hasta casi su extinción.

Los emails son, normalmente, más breves y sintéticos que las cartas de la correspondencia clásica. Lo que pierden en estilo literario, ganan en inmediatez, capacidad incisiva y actualidad. Y este es el planteamiento del libro de Víctor. Reproduce el diálogo cruzado entre dos amigos: uno, Fernando, español, de Madrid, con residencia en Luxemburgo, el otro, Víctor, catalán residente en Catalunya, pero corresponsal en su día de tres medios de comunicación en Alemania.

Desde Euskal Herria la situación que plantea el debate se nos hace familiar. En Vasconia quienes proponemos la emancipación de Navarra sufrimos, pienso que más todavía que en los Países Catalanes, la acusación de “etnicistas”. Hace falta mucho desparpajo y cara dura para que sean los españoles, con todos los conocidos antecedentes que, indudablemente, han marcado su actual cultura política y social, quienes nos imputen semejante título.

Hoy, las perspectivas de futuro de ambas naciones se están planteando desde posiciones ciudadanas, de libertad y progreso, de bienestar y solidaridad. Cosa que no ocurre en los herederos de la Reconquista, de Isabel y Fernando con la expulsión de los judíos y la Santa Inquisición, del genocidio americano y del sometimiento de Navarra y Países Catalanes, entre otros muchas sombrías hazañas históricas.

18 junio 2007

LA PALABRA CONTRA EL MURO

Dentro del relativo desconocimiento recíproco que se produce entre las realidades sociales y políticas de fondo catalana y vasca, el escritor y periodista Víctor Alexandre es una persona que, sin ser un político mediático, es conocido en Euskal Herria a través de sus artículos en Berria y en la página web de Nabarralde.

Autor de una extensa producción de libros, muchos de ellos auténticos best sellers en Catalunya como “Jo no sóc espanyol” (1999), “Despullant Espanya” (2001) y “El cas Carod” (2004), ha visto dos de ellos traducidos al español: “Yo no soy español” (2003) y “El caso Carod” (2004). Curiosamente ambas traducciones sólo han tenido una buena acogida en nuestro país, mientras que en el resto del territorio del estado español sus ventas han sido escasísimas.

Actualmente se representa en Catalunya una obra suya de teatro, “Èric i l’Exèrcit del Fènix”. Es la perspectiva jocosa de un grave suceso ocurrido en 2004, cuando la Guardia Civil detuvo a un niño de 14 años acusándolo de “terrorismo” por enviar varios correos electrónicos firmados por “l’exèrcit del Fènix” a empresas que no etiquetaban sus productos en catalán. Las esperpénticas situaciones vividas por Eric Bertran ante las instancias policíacas y judiciales hispanas harían reír si no fueran una violencia gratuita ejercida con sadismo sobre un chaval de 14 años.

Es una buena noticia que “La paraula contra el mur” haya sido traducida al euskara: “Hitza hormaren kontra”. Por el prestigio y autoridad de su autor y por el valor de la obra en sí misma.

El pez en el agua, las aves y mamíferos en el aire, cada cual a su modo, respiran sin ser conscientes de ello. Es su “medio natural”. Si ese medio falla, cuando el pez es “pescado” o si un ave o mamífero no tiene suficiente oxígeno en el aire, mueren. Da la sensación de que españoles y franceses tienen en lo que ellos consideran sus “naciones” respectivas algo semejante. Si se interpela lo que imaginan su “medio natural”, la “nación” marcada por los límites impuestos por sus estados respectivos, no pueden sobrevivir, se ahogan. Esta reacción es, hasta cierto punto, inconsciente.

El funcionamiento por actos reflejos (recordemos el conocido experimento de Pavlov en el que un acto reflejo condiciona la excitación gástrica por un mecanismo asociado a la comida, pero independiente de la misma) es un modo irreflexivo de comportamiento. El ser humano se caracteriza por la capacidad de reflexión y razonamiento, pero hay muchas situaciones en las que a la misma se sobrepone la reacción refleja.

El adoctrinamiento teórico y, sobre todo, práctico que los estados imperiales inculcan en sus súbditos en el ámbito “nacional” conlleva que la puesta en cuestión del mismo provoque una respuesta del tipo de la del perro de Pavlov. Ante lo que ellos consideran una amenaza a su estatus “nacional” reaccionan irreflexivamente. Pero eso no es lo peor, se rebelan con furia.

Lo normal en las personas parece que debiera ser una actitud receptiva ante las razones, expuestas sin acritud, de alguien que en el aspecto organizativo de las sociedades humanas tiene un punto de vista diferente. Pero, por desgracia, no es así. Todo esto queda perfectamente reflejado en “La palabra contra el muro”. El diálogo que plasma no tiene ni acritud, ni furia, ni violencia explícita. Y, sin embargo, la violencia está latente en la perspectiva de quien se posiciona en la defensa del actual estado de cosas.

Existe un “aire” que se da por supuesto. Es como si la liebre dijera a la trucha ¿cómo puedes vivir sin “aire”? Y a la trucha le cuesta muchísimo explicar que ella también respira “aire” pero que, para el lograr el funcionamiento regular de su metabolismo, lo hace de otro modo; que sus branquias son capaces de tomar el oxígeno que necesita del aire disuelto en el agua en la que vive y que no lo absorbe de la misma forma que la liebre lo adquiere a través de sus pulmones, del aire directamente.

Pero los humanos no somos ni truchas ni liebres. Podemos razonar y expresar nuestro razonamiento por el discurso. Eso es lo que intenta Víctor en el diálogo con su amigo español. Digo que “intenta”, ya que, tras leer el libro, da la sensación de que no lo consigue. Efectivamente, la posición de su amigo varía muy poco de principio a fin. Es capaz de comprender el hecho diferencial de Catalunya, pero siempre que forme parte de “su nación española”. Parece que la forma de respirar de las sociedades que él considera como españolas no puede ser realizada de otra forma. No puede concebir que sean capaces de vivir en otro medio, en un Estado independiente con el que se relacionen de igual a igual.

Pero también existe la otra cara de la moneda, la de quienes participando de una sociedad dominada se resignan a su mantenimiento y colaboran a su sumisión. Hay una emoción humana que, como tal, va más allá de la razón: el miedo. Ya Erich Fromm hace muchos años escribió “El miedo a la libertad”, una decisiva aportación al miedo que en la naturaleza humana va unido a asumir el riesgo de la libertad y de la responsabilidad asociada. En las situaciones de sometimiento, tanto a nivel personal (mujeres que sufren maltrato doméstico o trabajadores que sufren acoso laboral, por ejemplo), como social (naciones dominadas, grupos étnicos marginados) se produce este fenómeno. Para muchas naciones y personas es más “cómodo” permanecer en subordinación y llorar por su causa, pero sin hacer nada efectivo para liberarse.

24 mayo 2007

LOS INFANZONES NAVARROS

Pello Esarte se encuentra en fase prolífica. Con motivo de la Feria de Durango del año pasado de 2006, presentábamos su libro sobre la sociedad baztandarra de los siglos XVI y XVII. En poco tiempo aparecerá también un breve folleto sobre el “Derecho a Rebelión” en el que narra episodios de nuestra historia en los que la acción protagonista es la rebelión contra los poderes ocupantes.

Hoy presentamos otro trabajo de Pello Esarte sobre “Los Infanzones navarros. Siglos XIII y XIV”. Es una obra de divulgación escrita en un buen estilo y de fácil difusión y lectura. Además, y esto es muy importante, revela una de las claves más importantes del Patrimonio navarro: su Cultura Política.

Se está haciendo común la idea de que el actual planteamiento de Navarra como el máximo referente político de Euskal Herria, del pueblo vasco, y como su único Estado independiente en Europa y el mundo, no se hubiera podido llevar a cabo sin la aportación de Arana Goiri en el tránsito de los siglo XIX y XX. De que Arana Goiri no hubiera podido imaginar su aportación fundamental de que “los vascos no somos españoles ni franceses, sino simplemente vascos” y que constituimos una nación diferenciada, sin la existencia durante largos siglos de Navarra como Estado independiente. Y, por último, de que sin la preexistencia de una sociedad pirenaica, de estirpe vascona, con unos modos de vida y organización muy bien adaptados ecológicamente en la organización de su sociedad a su contexto natural, no se hubiera constituido el reino de Navarra.

Todo este proceso evolutivo continuo tiene uno de sus momentos clave tras la sustitución de las dinastías autóctonas en la cabeza del reino, por reyes vinculados a las estructura políticas del norte, champañas y franceses para ser más concretos.

La organización social y políticas propia de los vascones permitió la construcción de un sistema político muy peculiar y de unas muy avanzadas características “democráticas” mediante las cuales la realeza no era absoluta, sino que debía rendir cuentas a sus gobernados. La autoridad se sometía a la colectividad. Este planteamiento, que estaba asumido por las dinastías autóctonas, era ignorado perfectamente por las de Champaña y posteriores, que llegaron al control del reino tras la muerte de Sancho VII el Fuerte.

En ese contexto se encuadra la redacción del “Fuero Viejo” frente a Teobaldo I de Champaña a partir de 1238, para convertirse en poco tiempo, en el “Fuero General”, como sistema en el que las “fuerzas vivas” del reino hacen valer, frente a los monarcas extraños, su modo de ver la “res publica”. El sentido “democrático” o, cuando menos “predemocrático”, se expresa con nitidez frente a la impronta “caudillista” y “preabsolutista” de los reyes francos.

Los modos de instituir la sociedad navarra frente a los nuevos reyes tuvieron su expresión más alta en las organizaciones de los “Infanzones navarros”. Esta es la trama del nuevo libro que nos propone Esarte: cómo la insumisa sociedad vascona busca, y encuentra, los modos de hacer valer lo que consideran “su derecho” frente a las imposiciones de monarcas desconocedores del mismo.

Tenemos en este nuevo trabajo de Pello Esarte un buen material para reflexionar sobre la triste y dividida sociedad de Vasconia en los comienzos del siglo XXI.

09 mayo 2007

LA REBELIÓN Y LA POLÍTICA

En Euskal Herria estamos tan sobrados de “derecho” como ayunos de capacidad política para ejercerlo consecuentemente y plasmarlo en realidades institucionales, fundamentalmente en la forma básica para que una sociedad o pueblo sea sujeto político en el mundo actual: el estado propio.

Nuestro pasado, más y menos antiguo, presenta tantos casos flagrantes de asalto a mano armada (nunca mejor dicho) a nuestras instituciones, a nuestra lengua, a nuestra cultura, en una palabra a nuestro Patrimonio, que bien podemos conocer en propia carne lo que significa el “derecho a rebelión”. Por ello mismo, la historia ofrece una buena muestra de nuestro espíritu insumiso, de nuestra capacidad de rebeldía contra tales atropellos.

Parece mentira que estemos donde estamos, en una situación que parece una espiral que se cierra sobre sí misma, desesperante y desesperanzada, sumida en un falso conflicto, al menos en los términos en los que se plantea, y que no sabe más que repetir “más de lo mismo” y hacerlo "ad nauseam". Parece increíble que no hayamos escarmentado en nuestro propio sufrimiento, en nuestro sentido del derecho y de la justicia y en la frustración por los escasos réditos obtenidos hasta el momento en nuestra lucha.

Si hacemos una revisión histórica de hechos ejercidos sobre nuestro pueblo “contra derecho” o “contra justicia” su “nombre es legión, pues somos (son) muchos” (Marcos 5 9). Efectivamente son innumerables y variados. Se reparten en el tiempo y en el espacio. Tal vez los más decisivos hayan sido los sucesivos episodios de conquista del único Estado constituido por los vascos: Navarra. Sin olvidar el asalto a sus restos, que conformaban lo que se conocía como el “Sistema Foral” hasta finales del siglo XVIII en el Estado francés y principios del XIX en el español, y su posterior destrucción.

A través de todos los avatares históricos de nuestra sociedad hay un hilo conductor que es una forma de concebir la sociedad y su organización, incluida la política. Se manifiesta en la relación de gobernados y gobernantes, con las limitaciones que la organización propia impone a estos últimos por voluntad de los primeros. Evidentemente los procesos que suceden en la Edad Media difieren muchísimo de los actuales, pero su hilo conductor se puede seguir con bastante facilidad y consiste en una visión de la organización social en la que la autoridad se debe a aquél sobre el que se ejerce y a quien debe rendir cuentas. No hay gobernantes absolutos, sino gobernantes al servicio de la colectividad y bajo su control.

Toda esta concepción forma parte principal de nuestro Patrimonio social y político. Nos han arrebatado mucho, nos intentan quitar más cada día, pero el espíritu de rebeldía permanece con gran fuerza en nuestra sociedad y se manifiesta de continuo. Un ejemplo bastante reciente tenemos en el movimiento insumiso frente a las “quintas” españolas.

Pero, como indicaba al comienzo, parece que nuestro Patrimonio social y político no incluye ese sentido de la estrategia y de la organización necesarios para afrontar los retos del mundo actual y, en concreto, el de la necesaria recuperación nuestro Estado para sobrevivir dignamente en el mismo, como sujeto político, y poder ejercer nuestra solidaridad, tan generosa dicen por otra parte, con nombres y apellidos propios, no los que “cautivantemente” nos ceden España y Francia.

Ahí radica nuestro principal problema. Si nuestra sociedad ha sido capaz de afrontar con éxito retos tan importantes como el tránsito de la economía del Antiguo Régimen al capitalismo, si hemos posibilitado la creación de un entramado económico y social como es el mundo cooperativo, si hemos sido capaces, en fin, de constituir un movimiento como el de las Ikastolas a favor de la supervivencia y desarrollo de nuestro euskera, tenemos que ser capaces de “incrementar”, o “amejorar”, nuestro Patrimonio social y político, basándonos en sus rasgos, ya reseñados anteriormente, pero aprendiendo de otras sociedades, de otros países, que han accedido a su independencia. O simplemente imaginándolo, pero con consistencia. Es nuestro reto.

24 abril 2007

REFLEXIONES SOBRE EL ESTADO

Qué es el Estado

El Estado es la organización que permite a una sociedad ser sujeto político en el mundo. En cualquiera de las múltiples facetas que presentan las actividades de un grupo social: desde las inversiones en investigación hasta el reconocimiento lingüístico internacional, desde las políticas comerciales hasta las expresiones deportivas, están condicionadas, hoy en día, por la existencia de un Estado que las avale.


Para qué sirve

El Estado es la estructura política que permite garantizar la existencia y crecimiento del patrimonio propio: lengua, cultura etc. Además, a pesar de los actuales procesos de globalización, la capacidad política y económica del Estado lo hace insustituible para garantizar una “buena vida” a las personas y sectores que integran el grupo nacional.


Otras vías diferentes

Como expresa el tratadista canadiense Will Kymlicka, en teoría un grupo nacional, consciente y sujeto político, puede ser que cumpla sus aspiraciones dentro de un Estado confederal o, en determinadas circunstancias, simplemente federal. No obstante, dadas las actuales estructuras políticas de los estados español y francés, pretender alcanzar estos objetivos en su seno es una utopía mucho más lejana que la de la constitución de un Estado propio.


Nuestro caso en la actualidad de Europa y el mundo

En nuestro caso y al margen de los aspectos lingüísticos y culturales, ya citados, a diario se muestran situaciones en las que la existencia de un Estado propio garantizaría realmente el ejercicio de los derechos de las personas y su bienestar. Pesca, agricultura, investigación, educación, cultura, sanidad, medios de comunicación, destino de inversiones etc. hoy están, en gran parte, en manos de unos estados que no sólo son ajenos a nuestro país sino que, tanto históricamente como en el presente, tienen como objetivo nuestra asimilación en sus respectivos grupos nacionales.


Principio fundamental

El derecho a la libre disposición, a la constitución del estado propio, es el primero de los Derechos Humanos ya que sobre el reposa la garantía del cumplimiento del resto.


Sobre la pretendida superación del Estado-nación

Hoy está de moda el hablar de la “superación del estado-nación”. Quienes así hablan son, por un lado, los más acérrimos defensores del suyo y, por otro, las personas acomplejadas de las naciones dominadas. Personas y grupos con el “síndrome de la mujer maltratada”. Son incapaces de separarse de quien les oprime y daña. Tenemos ejemplos muy recientes, como el de aquellos políticos que se autodenominan “vascos” que tienen como objetivo “cautivar” a España. Olvidan que precisamente son España, y Francia no hay que olvidarlo, quienes nos “cautivan” de verdad, nos tienen cautivos, en el sentido más estricto del término.


Importancia del Estado como reconocimiento

Resulta muy significativo el uso que en España, muchas veces desde nuestro país, de la expresión que se utiliza tanto de utilizar el término “Levante” para referirse a un País con existencia e historia propia como es el Valenciano. ¿Cuándo se ha llamado a Portugal “Poniente”? ¿Y cuál es la diferencia? Simplemente que Portugal es un Estado.


Algunas críticas a nuestro Estado

También se nos dice con frecuencia, sobre todo desde los sectores “progresistas” de nuestras naciones ocupantes, que tenemos que definir el modelo de Estado que queremos construir; que no vale un Estado neoliberal, autoritario, racista, conservador etc. Ellos no se preocupan excesivamente de las características del suyo, pero a nosotros nos exigen “pureza inmaculada”. En primer lugar está claro y hay que decírselo que, si lo queremos y somos capaces de ejercer la suficiente fuerza social, tenemos derecho y lograremos nuestro Estado. En segundo lugar, que con nuestra cultura política es difícil que construyamos un Estado autoritario. La trayectoria histórica de nuestro pueblo produjo unas instituciones políticas de control sobre los gobernantes insólitas en su época. Con esa cultura y con tantos años de sometimiento no es fácil que permitamos se construya un sistema político estatal en contra de nuestra propia sociedad.


Conclusión

Navarra es nuestro Estado y nuestra perspectiva actual y de futuro. Nabarralde es un catalizador para que nuestra sociedad logre la construcción de su propio Estado.

En cualquier caso, el grupo nacional que no se hace respetar, que no ejerce su capacidad social en este sentido ni se valora como tal, no conseguirá nunca su emancipación. Tampoco lo merece.

21 marzo 2007

NAVARRA VISTA DESDE CATALUNYA

La perspectiva unánime que actualmente se ofrece de Navarra desde la prensa española resulta acorde con el pensamiento nacionalista dominante en la misma. No me resulta extraña, tampoco me asombra. Responde a esa lógica tan bien expresada por la frase: “lo más parecido a un español de izquierdas es un español de derechas”.

Por el contrario me ha resultado sorprendente, penosamente sorprendente, la visión brindada de Navarra desde la prensa catalana, por AVUI sobre todo, tras la manifestación de “reconquista” del pasado sábado 17 de marzo.

Tal vez se trata de ingenuidad por mi parte, pero me cuesta comprender que periodistas, personas en general, con una visión democrática sobre los hechos nacionales, tanto de las realidades del Estado español como de las del resto de Europa y del mundo, tengan tal ceguera (¿ignorancia?) respecto a Navarra.

Según el planteamiento utilizado generalmente, ante la “cuestión vasca” no hay más que dos alternativas: la primera, la imperial, la de la imposición del ancestral unitarismo del Estado español; la segunda, la perspectiva “sabiniana” edulcorada y representada tradicionalmente por el PNV y, hoy también por EA y, en líneas generales, por la Izquierda Abertzale.

Si una sociedad como la que hoy ocupa el territorio de la actual Comunidad Foral de Navarra (CFN) no presenta veleidades “sabinianas” o “vascongadistas”, queda automáticamente calificada como “española”. Desde mi punto de vista, esta perspectiva constituye una burda simplificación.

Desde el conocimiento que permite la historia no manipulada por los intereses de los nacionalismos dominantes (español y francés), se puede llegar a una comprensión aceptable del proceso que ha conducido a la situación actual, aunque sea de modo sencillo.

Los testimonios sobre los vascones son múltiples y antiguos. Durante el Imperio romano tenían su soporte en las tierras del entorno del río Ebro, con Calagurris (actual Calahorra, en La Rioja) como uno de sus centros más importantes. Su principal ciudad fue Iruñea, la actual Pamplona, que debe su nombre en castellano a Pompeyo (Pompeiopolis, Pompei-iluna en versión vasca; Pamplona). Tras la caída del Imperio los vascones mantuvieron una organización social y política propia, a pesar de los conflictos con los vecinos “bárbaros” procedentes del Norte y del Este de Europa instalados tanto en la península Ibérica (visigodos) como al norte (francos). El frecuente “domuit vascones” de las crónicas visigóticas de Toledo expresa los esfuerzos de conquista, por una parte, y los de pertinaz resistencia, por otra.

La culminación de los esfuerzos de afirmación frente a ambos enemigos tiene lugar en 778 en la batalla de Orreaga / Roncesvalles contra el ejército de Carlomagno. Muy poco tiempo después surge a las crónicas la existencia del reino de Pamplona. Este reino se organiza en torno a los notables vascones que, tras la caída del Imperio romano, han mantenido una estructuración política propia basada en lo que algunos tratadistas denominan como “Derecho Pirenaico”, contrapuesto tanto al Romano como al Germánico. Es un derecho basado en el uso y la costumbre y que tiene como soporte fundamental la casa (“etxea”) y la familia anexa; es un derecho en el que la persona, inscrita en la comunidad, participa en sus trabajos y decisiones.

El reino de Pamplona alcanzó su cenit territorial a comienzos del siglo XI bajo Sancho III el Mayor (“rey de los vascos” según crónicas musulmanas de la época), pero su organización política en clave “moderna” tuvo lugar a mediados del XII, bajo Sancho VI el Sabio. La concepción política del reino pasa de ser “personal”, del rey, a ser territorial, con una administración sofisticada y eficaz y, significativamente, se produce con el cambio de nombre: pasa de “reino de Pamplona” a “reino de Navarra”. En aquella época los territorios y poblaciones de La Rioja, Bizkaia, Araba y la actual Gipuzkoa eran parte del reino.

Castilla ocupó La Rioja y Bizkaia, salvo el Duranguesado, a lo largo del siglo XII, y en 1200 el Duranguesado, Araba y el actual territorio de Gipuzkoa. Durante los siglos siguientes el reino restante se extendía por ambas vertientes del Pirineo hasta que la parte ibérica, la más extensa e importante demográficamente, fue ocupada y conquistada para Castilla por Fernando el Católico en 1512. La parte aquitana continuó independiente hasta 1620, en que Luis XIII de Francia la incorporó a dicho Estado.

Navarra constituye la máxima expresión política lograda por los vascos a lo largo de su historia. No dicen verdad quienes afirman que “los vascos nunca han tenido un Estado”. Claro que lo hemos tenido y ha sido, precisamente, el reino de Navarra, estado europeo independiente y de igual rango que la Corona de Aragón, Francia, Inglaterra, Castilla o Escocia.

El actual sistema foral de los distintos territorios que actualmente forman Vasconia es el resto del sistema estatal navarro minorado y asimilado tras largos y duros procesos de conquista, ocupación y asimilación, pero sigue siendo, en potencia, el germen del futuro Estado vasco en Europa. Los navarros nunca hemos renunciado voluntariamente al mismo. La Navarra que seguía manteniendo tal nombre dentro de la Monarquía española fue reino diferenciado y con Cortes propias hasta 1841, cuando, tras la derrota en la Primera Guerra Carlista, se forzó la (mal) llamada “Ley Paccionada de 1841”. Fue una Ley para los vencidos. En ella Navarra dejó de ser “reino” y pasó a ser “provincia” y perdió la mayor parte de sus instituciones propias, comenzando por las Cortes que ejercían realmente el poder legislativo en la Navarra que controlaban.

Navarra se convirtió en una provincia “foral”, semejante en cierto modo a lo que, desde la “normalización” política que impuso Enrique IV de Castilla, ya eran las Provincias Vascongadas tras las “Guerras de Bandos”. No obstante en las profundas relaciones que se establecen durante la Primera Guerra carlista y posteriormente entre los órganos políticos de todos los territorios vascos peninsulares, es la Diputación de Navarra quien lidera los proyectos.

Los españoles siempre han considerado Navarra como una “cuestión de Estado”. Desde su conquista principal en 1512 hasta la actualidad más rabiosa. El desarrollo de la Primera Guerra Carlista en el territorio de la actual CFN supuso un enorme desgaste demográfico y económico. Quedó una sociedad inerme, diezmada por la guerra y el exilio. La frontera del territorio en que se hablaba euskera retrocedió rápidamente, en beneficio del castellano, en más de 40 Km en pocos años. El proceso aculturizador provocado por las autoridades españolas fue efectivo desde el punto de vista lingüístico. No tanto desde la perspectiva política propia, que ha seguido considerando mayoritariamente la realidad de la existencia de un reino independiente y conquistado como algo perdido y deseable de recuperar.

La “memoria histórica” de haber sido conquistados se mantiene en la sociedad de la actual Comunidad Foral Navarra. Pero la propaganda oficial del Estado aprovechó, todo hay que decirlo, algunos grandes errores políticos que en la llamada “transición” exhibieron muchos partidos “nacionalistas vascos”, que pretendieron “incorporar”, “absorber”, a Navarra en la Comunidad Autónoma del País Vasco (CAV). De ahí se ha seguido, en parte, la tesis que contrapone “Navarra” y “País Vasco” o a “vascos” con “navarros”. Y bien sabemos que una mentira repetida con insistencia acaba pasando por verdad.

La sociedad de la CFN mantiene una clara conciencia política diferenciada con relación a la del resto del Estado español, a pesar de la disolución que ha sufrido por la fortísima presión de los sucesivos sistemas educativos y de los medios de propaganda, en cuanto a su lengua originaria, cultura y modos de vida propios en general. La sociedad de la CAV, en cambio, la que presenta una mayor penetración “nacionalista vasca”, mantiene un alto nivel de conciencia en los aspectos lingüístico-culturales, pero un desolador desconocimiento de su realidad histórica.

En cualquier caso considerar el Régimen Foral como un privilegio o una antigualla y, por consiguiente, manifestarse opuesto al mismo, es solidarizarse con el modelo unitarista del Estado español y oponerse a un germen de auoestima, de emancipación y de democracia que con respecto al mismo debe de lograr Euskal Herria. Mantener la dicotomía de “vascos” y “navarros” no consigue más que hacer el juego a los intereses del nacionalismo español dominante.

En este artículo he pretendido aclarar algunas de las cuestiones básicas que actualmente se plantean en Vasconia y que son sistemáticamente tergiversadas por los medios de comunicación españoles. Especialmente, la existencia de una perspectiva propia, que no pasa ni por el “nacionalismo vasco” en su versión sabiniana, ni por el nacionalismo español. No sé si habré logrado proporcionar un atisbo de claridad entre tantas tinieblas, pero me alegraré si así fuere.

17 marzo 2007

MEJOR NOS VAMOS CUANTO ANTES

Por si algún purista del idioma español considera incorrecta esta frase, puntualizo: es más correcto decir, “cuanto antes nos vayamos, mejor”. Pero dicho como aparece en el título queda más expeditivo y me da la sensación que expresa mejor la imperiosa y urgente necesidad que tenemos los navarros de irnos cuanto antes.

¿De dónde?, ¿a dónde?, ¿por qué? puede que se pregunten algunos de mis lectores. ¿De dónde? Cada vez lo tengo más claro: irnos de España, volar de esa España casposa, corrupta, vengativa, nacionalista hasta lo más profundo. ¿A dónde? A Europa y al mundo, pero como sujeto político claramente diferenciado, como Estado independiente; como lo son ellos mismos. ¿Por qué? A estas alturas de la película creo que casi no es necesario decirlo. Pero algo, para justificar el título por lo menos, sí diré.

Es harto sabido que tras la dictadura del General Franco el simulacro de “transición” no conllevó cambios sustantivos en la organización política, férreamente unitaria del Estado español, ni siquiera en las formas: el ejército siguió igual, el rey fue nombrado por Franco, la policía, la misma, los jueces y tribunales, idénticos. La administración del Estado adoptó un tímido aire “descentralizador”, pero la soberanía seguía residiendo en “el pueblo español”, así en bloque, y nosotros, con catalanes y gallegos, formando parte “indisoluble” de ese “cuerpo”.

Todo lo expresado es cierto, pero durante estos últimos años se ha visto ocultado por una cierta niebla impuesta (interesadamente, por supuesto) por esas máquinas de medrar y hacer dinero en que se han convertido los partidos políticos, como consecuencia de los vicios de origen del actual estatus político español. Hoy en día, sobre todo tras el conocido cierre de varios medios de comunicación de Euskal Herria y, para culminar, con la política del talión relativa a los presos y con las macro manifestaciones, de exasperante nacionalismo, parece que la niebla se puede, y se debe, disipar.

El ambiente apestoso que se respira en España ha llevado a determinados y amplios sectores catalanes a proponer una especie de “aislamiento” de la política de la Generalitat con relación a la “general” del Estado español. Pero eso no puede dar frutos democráticos reales en la actual situación. Tal vez haya sectores en Catalunya que se sientan satisfechos con tan tímida y corta proposición, pero en nuestro caso pienso que no sirve. Las propuestas de “cautivar” a España son de bochorno o, mejor, de vergüenza. Con todo, el doble sentido del verbo “cautivar” nos conduce a la realidad inversa: España nos “cautivó” desde hace muchos siglos y hoy todavía seguimos cautivos de su pobre realidad.

Para poder respirar con normalidad necesitamos abandonar el asfixiante ambiente en el que estamos inmersos. Somos conscientes de nuestra diferente forma de hablar, sentir, trabajar y vivir en general, aunque desde el poder actual se esfuercen denodadamente por minusvalorarlo e ignorarlo, sobre todo en el entorno de la CFN. Somos algo menos conscientes de lo que histórica, política y culturalmente han supuesto la agresión española sobre Navarra, por una parte, y la existencia de un Estado navarro independiente, por otra, para el pueblo vasco y por eso, para aprovechar la ventaja que da este desconocimiento, tratan de tergiversar y ocultar nuestra realidad histórica, sobre todo en la CAV.

Es evidente que mi visión de Navarra no es la limitada y pacata que sólo reconoce como tal a la actual CFN. No. Mi Navarra es la visión política del conjunto de Vasconia, una realidad que fue independiente de verdad y un Estado europeo como los demás a través del reino de Navarra. Por consiguiente, está claro que, cuanto antes también, tenemos que “irnos de Francia”, estado que tampoco da para grandes alegrías democráticas.

Día que pasa sin que nos hayamos marchado de España (y de Francia) es día desperdiciado democráticamente; es un día más de pertenencia a sistemas políticos que producen vergüenza ajena; un día más de sonrojo, falta de autoestima y de conformismo con la sumisión, en el caso español, a un Estado controlado por una cuadrilla de impresentables, por lo menos a nivel europeo.

¿Cuándo nos vamos?

22 febrero 2007

¿A DÓNDE VAS DONOSTIA?

Son estas unas reflexiones surgidas tras la lectura del conjunto de “Proyectos estratégicos” propuestos por el Ayuntamiento de Donostia y buzoneado con profusión por la ciudad (80.000 ejemplares, según consta en el mismo)

Desconozco quién o quiénes pueden asesorar al Ayuntamiento donostiarra en estos asuntos, pero lo que si quedan claras son, por lo menos, dos cuestiones: la primera que parecen ignorar temas tan decisivos en el entorno donostiarra como el del “paisaje”, un elemento definitorio fundamental de nuestra ciudad, y la segunda, su aparente sometimiento a los intereses de la construcción masiva y sin referencia al lugar concreto en el que se propone. En muchas ocasiones ambas van tan unidas que es imposible su deslinde. Esto hace suponer que la primera limitación, la paisajística, se produce por su subordinación a la segunda, la “constructiva”.

El primer elemento, clamoroso de por sí, lo constituye el proyecto de “Puerto deportivo” en pleno Paseo Nuevo, ocupando la zona del antiguo “Rompeolas”. Semejante dislate paisajístico sólo encuentra equivalente en el proyecto de “Puerto exterior” de Pasaia en Jaizkibel, promovido por la Diputación de Gipuzkoa al servicio, en mi opinión, de intereses cuando menos raros. Con el agravante de la ubicación urbana del donostiarra. Al margen de los beneficios relacionados con el sector de la construcción en ambos y el de un determinado tipo de turismo, además, en el Donostia, mi limitada mente no acierta a entender de dónde pueden proceder tan disparatados proyectos.

Muy próximo a este desaguisado se encuentra otro de los proyectos “estrella”: la “Pasarela de Mompás”. El terreno ya no es urbano, pertenece a un entorno, como es el del monte Ulía, periubano pero todavía lo suficientemente agreste como para no ser recomendable desde el punto de vista paisajístico una intervención del calibre propuesto. Siempre ha habido senderos que desde la Zurriola conducen, con más o menos dificultades, a la punta de Mompás. Una cosa es acondicionarlos, mantenerlos accesibles y permitir un tránsito peatonal de tipo “excursionista”, con anchura de un metro aproximadamente y con posibles “ayudas”, pequeños puentes por ejemplo, en tramos que presenten dificultades y otra, muy distinta, construir una “autopista” con una “anchura mínima de 5 metros”. Por mucho que la intenten revestir de “respetuosa y ecológica”, es lo que es: una autopista que va distorsionar por completo la zona. Y además con la propuesta de una escultura, como si no bastara la propia belleza de las rocas de Mompás donde rompen las olas del Mar de Bizkaia.

Otro proyecto, en mi opinión grave y de supeditación a los intereses del ladrillo, lo constituye el de Morlans. Este barrio presenta una ubicación muy especial y una urbanización realizada “a salto de mata”, pero tiene su encanto y un relativo entronque en el paisaje formado por el Parque de Aiete y el vecino, y ya desfigurado, Puio. El “proyecto” consiste en una urbanización estándar, sin personalidad, y que igual que en Morlans podría ubicarse en Pernambuco o en Melbourne. El Morlans actual puede mejorar mucho, pero pienso que debe ser con respeto a su fisonomía, a su personalidad actual.

Pienso, también, que son muy peligrosas las intervenciones sobre tramos fluviales (“Parque fluvial del Urumea”), sobre todo en zonas todavía no urbanizadas. El río se puede transformar en “canal” y perder gran parte de su riqueza como biotopo, además del, de nuevo, drástico cambio paisajístico.

Como consuelo he comprobado que los nefastos preproyectos recientemente propuestos para Sagüés han desaparecido de las previsiones del Ayuntamiento donostiarra.

Es evidente que, por su propia constitución e historia, las ciudades son organismos centrados en las personas y que están diseñadas pensando en sus necesidades e intereses No obstante, como reflexión general planteo que muchos de los proyectos previstos tienen una visión antropocéntrica, sí, pero puesta en la persona como elemento consumidor o admirador del consumo. La mayor parte de los donostiarras no tendrán capacidad adquisitiva para tener un barco ni un lugar en el famoso “Puerto deportivo”, pero se vende la idea de que eso contribuirá a que Donostia sea una ciudad “con gancho”, aunque pierda uno de sus más maravillosos paisajes y espectáculos como son las olas batiendo en el Paseo Nuevo.

En estos proyectos, tal vez demasiado “faraónicos”, no se plantea la belleza intrínseca de un paisaje, su goce estético, tan sólo si “sirven para algo”, si tienen una utilidad mensurable en términos crematísticos (turismo consumidor, por ejemplo). Y si cuentan con la escultura de un creador de renombre, mejor. Se olvida el disfrute personal de la sensación del momento, en cada época del año o con cada situación: sol, lluvia, atardecer, luna llena, etc. y los recuerdos y añoranzas que cada uno puede asociar al mismo.

Prefiero no entrar en este comentario en los debates sobre “ecociudades” o “ciudades bioclimáticas” en cuyas ofertas normalmente se incluye de todo menos sostenibilidad real y planteamientos verdaderamente ecológicos. Creo que deben ser objeto se debates serios, técnicos y ciudadanos, en los que prevalezca el interés común; aunque me temo que seguiremos, por desgracia, en manos de ladrilleros y cementeros.

Puede haber personas que ante las presentes reflexiones piensen que estoy propugnando una visión estática y contraria al “progreso”. Creo que son personas que confunden “progreso” con “crecimiento económico”; que, en muchas ocasiones será económico, pero, en la mayor parte, ni tan siquiera “crecimiento” y menos “progreso”. Las ciudades deben evolucionar y para ello hay que urbanizar, pero hay muchas formas de hacerlo y la más simple es que se haga bien o se haga mal. Y en Donostia, según los planes presentados en el folleto citado, parece que se va a hacer muy mal.

Como reflexión general creo que Donostia carece de un proyecto amplio de lo que queremos que sea como ciudad de futuro. Ya sabemos que se plantea como “capital cultural”, con sus festivales de Cine y de Jazz, su Quincena Musical etc. Pero hace falta algo más. Una ciudad debe ofrecer una perspectiva propia que integre su historia, su cultura particular y la participación en la de su entorno, como puede ser en nuestro caso en la de la Costa Cantábrica y, sobre todo, en la del país del que forma parte: Euskal Herria, Vasconia, Navarra, tanto da, y de su proyección hacia el futuro. Una visión que ponga en valor e integre orgánicamente los elementos geográficos, paisajísticos y culturales de que dispone.

05 febrero 2007

LA POLAR ES LO QUE IMPORTA

Esta expresión, que no sé de donde procede en su origen, tiene un significado evidente: lo que importa es el objetivo al que se quiere llegar, el Norte que guía nuestras acciones. Yo la recuerdo de joven y, muy probablemente, proceda del ámbito de la ideología política del entorno del “glorioso Movimiento Nacional español”. Lo digo porque los símbolos estelares siempre han sido muy queridos a la parafernalia del fascismo hispano; no hay más que recordar los famosos “luceros” donde estaba su sitio “en la noche clara” con “impasible el ademán”.

Creo que, a pesar de todo, es una imagen valiosa. En efecto, vivimos en un país y en una situación en la que se multiplican reivindicaciones y movimientos de índole muy variada: la amnistía, el diálogo, el proceso, la paz, la democracia, el respeto... Todas son cuestiones que evidentemente preocupan, y en profundidad, a nuestra sociedad. Pero en todos ellos echo en falta “la Polar”, “el Norte”.

El origen de nuestros problemas radica en la dependencia y en la sumisión a intereses extraños; más incluso, en instancias que conscientemente trabajan en contra de los de nuestra sociedad. El primer ejemplo, y más nítido, se produce en el entorno lingüístico, pero no hay que olvidar el resto de ámbitos: políticas de “ordenación del territorio” e infraestructuras de (tele)comunicaciones, de recursos escasos como el agua o la pesca, de (des)localización de sectores productivos etc. etc.

Es evidente que en Vasconia a comienzos del siglo XXI no tenemos una sociedad con organización política “normalizada”. No somos, ni nos dejan ser, del mismo rango que nuestros vecinos españoles y franceses. Nos predican, desde fuera y, por desgracia también desde dentro, que los estados tienden a desaparecer, que su función se extingue... Pero constatamos que la única manera que tiene una sociedad para ser sujeto político activo en el mundo de hoy es ser un Estado. Con las limitaciones clarísimas que les marca nuestra época, pero serlo en la misma medida e igualdad de facultades que lo son otros.

Por todo ello, pienso que no podemos olvidar “la Polar”, “el Norte”. La “Justicia” (española o francesa) muestra con desparpajo su “imparcialidad”, desde casos como el del Proceso 18/98, o los de De Juana Chaos, Parot, hasta los últimos detenidos en el cementerio de Polloe en Donostia. El Poder Judicial es una rama de la soberanía del Estado. La integridad del poder y sus partes, todo lo independientes entre sí que se quiera pero partes del mismo, debe estar al servicio de la sociedad. y al servicio de la nuestra solo habrá un poder democrático si existe la soberanía propia, el Estado propio. Todo lo limitado que se quiera a nivel internacional, pero en igualdad de condiciones que el de los otros.

Por eso, pienso que no debemos olvidar “la Polar”, el Norte”, y que nuestra acción más efectiva desde el punto de vista social y político, enmarcando en su contexto las dramáticas situaciones concretas que sufrimos, debe de ir encaminada explícitamente a la consecución del Estado propio, en Europa y en el mundo: el Estado de Navarra.